Amante de la naturaleza, al entrañable Ayán le gustaba dar paseos por el bosque con unas botas de goma que usaba desde hacía 50 años y tenían las suelas muy desgastadas, casi lisas, según me confesó un día. Del mismo modo, era habitual verlo en la playa de Fiobre para disfrutar de la brisa del mar, y cultivar verduras y hortalizas en un pequeño huerto de su casa de Cortiñán. Allí siempre estaba pendiente del momento idóneo para podar los frutales.
A quienes lo tratamos diariamente, su pérdida nos deja huérfanos de un hombre con gran sentido del humor y excelente decidor de consejos. Siempre encontraba las palabras justas para ayudar a resolver cualquier problema o hacer un favor a quien se lo pidiese. Era capaz de llorar de risa con un buen chiste y al mismo tiempo mostrar su sonrisa más socarrona ante cualquier inconveniente o crítica. Así, en síntesis, era la personalidad del más veterano corresponsal de esta casa.