La casa de la cisterna, coronada con el escudo de la cabra y el águila real

Xosé Alfeirán A CORUÑA

BETANZOS

ALBERTO MARTI VILARDEFRANCOS

El número cinco de la calle de la Sinagoga luce las armas del linaje de los Vilousaz desde hace 500 años

15 dic 2019 . Actualizado a las 23:22 h.

En la Ciudad Vieja coruñesa hay una casa singular. Ocupa una de las esquinas de la plazuela de la calle Sinagoga. Aunque ahora está deshabitada, mantiene un buen estado de conservación. Su núcleo es de forma cuadrangular y en dos de sus laterales tiene, adosadas, otras dos edificaciones anexas, con accesos independientes, pero que forman parte del conjunto. Consta de dos plantas, con muros de piedra y fachadas austeras, con pocas ventanas. Es antigua.

En el frente principal tiene un escudo heráldico. En él figuran una cabra pasante sobre tres fajas, todo en el mismo campo y dentro de un águila real, extendida y coronada. La cabra y las fajas son, según el historiador Vales Villamarín, símbolo de la familia hidalga de los Vilouzás, Vilousaz o Villouças que tendría su origen en la parroquia de San Salvador de Vilouzás, en el actual municipio de Paderne. El águila es de la familia de los Pardo. Según el heraldista José Ramón Fernández-Manzano esos dos linajes estuvieron unidos en la persona del caballero Juan López Pardo de Vilousaz que vivió a finales del siglo XV y comienzos del XVI. En esos siglos la familia Vilouzás gozó de una gran relevancia en la comarca de las Mariñas, en especial en Betanzos, donde están varios de sus miembros enterrados en la iglesia de San Francisco. Por ese escudo y su tipología constructiva cabe la posibilidad de que la casona ya estuviese levantada en el siglo XV. Puede tener más de quinientos años. Lo que sí sabemos es que la plaza, la esquina y el parcelario en la que está la casa ya aparecen reflejados, tal y como hoy se conservan, en los primeros planos detallados que existen de A Coruña desde el siglo XVIII. Así se ve en los dibujados en 1726 por Francisco Montaigú y en los siguientes, sin apenas modificaciones.

Además la casa tiene, o debía tener, una cisterna. Está documentada su existencia en el siglo XIX. Gracias al investigador Javier López Vallo y por un documento de la Contaduría de Hipotecas, conservado en el Arquivo do Reino de Galicia, sabemos que en 1842, a consecuencia de la desamortización de Espartero, la casa fue expropiada a la colegiata de Santa María y subastada. Fue adquirida, por veintiocho mil reales, por el comerciante logroñés afincado en A Coruña, Manuel Venancio Martínez. Nunca vivió en ella, si no que la mantuvo de alquiler por pisos. Lo mismo harían sus sucesivos propietarios, invirtiendo lo mínimo; quizás por eso conserva sus formas exteriores originales. Por dicha escritura de venta sabemos que se componía «de planta baja, principal y una pequeña boardilla» y que en la baja había «una gran cisterna de cantería».

La casa sería dibujada entre 1870 y 1890 por el escritor e historiador Antonio de la Iglesia, cuyo hermano, Francisco María de la Iglesia, vivía en esa calle. También sabemos, según contaron en 1888 la escritora Emilia Pardo Bazán y el archivero José Villamil y Castro al académico e historiador Fidel Fita que dicha cisterna estaba «abierta en la peña viva y en ella un manantial de agua clara». Pero ¿para qué servía esa cisterna?

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