Luis Molist, el hombre que amaba las bicicletas

manu otero VIGO / LA VOZ

BETANZOS

Presentación exposición colección bicis antiguas Luis Presentación exposición colección bicis antiguas Luis Molist e Antonio Pino en el concello de Nigran. bicicletas. bici antigua
Presentación exposición colección bicis antiguas Luis Presentación exposición colección bicis antiguas Luis Molist e Antonio Pino en el concello de Nigran. bicicletas. bici antigua Monica Torres

Este coruñés recopiló, restauró, expuso y construyó velocípedos de todas las épocas

18 ago 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

La primera vez que Luis Molist se subió a su «pequeña reina», como él llamaba a las bicicletas, tenía 13 años. Fue un flechazo. Un sencillo paseo de tarde por A Coruña, su ciudad natal, marcó su vida. Sus primeros ahorros los invirtió en una bici que lo acompañó toda su vida. Se la llevó a A Estrada a hacer el servicio militar y luego a Nigrán, donde se estableció con su familia en los años 50. Nunca dejó de pedalear. De niño se iba todos los domingos hasta Betanzos, luego aprovechaba los permisos del servicio militar para regresar a lomos de su «reina» a la ciudad herculina. Y ya desde su hogar de Playa América, que convirtió en un verdadero templo de la bicicleta, inició innumerables rutas por la provincia de Pontevedra, en solitario, con amigos, con los compañeros del Club Ciclista Vigués y más recientemente con los miembros de la asociación A Golpe de Pedal, defensores de este medio de transporte y con los que Lucho, como le llamaban, compartía devoción. Ayer lo despidieron en el tanatorio de Pereiró. Molist tenía 94 años.

Su pasión iba más allá de las marchas dominicales. Su sueño era exponer todas las joyas que encontró en sus habituales viajes por el mundo, que realizó gracias a su profesión de comercial de Explosivos Río Tinto. Confeccionó una extraordinaria colección de faros, cuadros y, cómo no, bicicletas. Las tenía de todas las clases y épocas. Triciclos de dos plazas fabricados en la India y en Holanda en los años 50, un celerífero del siglo XVIII que él mismo construyó con la ayuda de su hermano y un sinfín de velocípedos de todas las décadas del siglo XX, que él se encargaba de restaurar. Sus faros son también singulares. Los tiene de vela, típicos en el siglo XVIII; de carburo, acetileno y modernos. Tampoco le faltan sillines, cambios de marchas ni parches.

«Estoy feliz porque este es el trabajo de toda mi vida, mi colección es toda la ciudadanía», confesó al cumplir el año pasado en Nigrán su sueño: inaugurar su museo de la bicicleta.