Una tortilla muy diplomática

Santiago Martínez Lage DIPLOMÁTICO Y ABOGADO

BETANZOS

03 sep 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

La tortilla de Betanzos la conocen hasta en Polonia», afirmaba en La Voz del pasado día 23 el actual embajador de España en Varsovia, Agustín Núñez. La tortilla de mi pueblo en boca de un embajador me anima a poner por escrito algunos recuerdos.

El más personal se remonta a los años sesenta del pasado siglo, cuando cursaba Derecho en la Universidad de Madrid. El catedrático de Derecho Civil don Alfonso García-Valdecasas todavía podía permitirse examinar oralmente a sus alumnos, reservándose para él a los que tenían «matrícula de honor aplicada». Cuando me llegó el turno y le entregué mi papeleta de examen en la que se consignaba «nacido en Betanzos, el 7 de julio de 1946», al adusto catedrático se le iluminó la cara:

-Pero hombre ¿es usted de Betanzos? ¡Qué pueblo tan bonito! («Aún no se había inventado esto de las autonomías y ser de pueblo no estaba de moda», recuerda ahora mi compañero de facultad, el sabio Luis Figuerola-Ferretti).

-Pues sí, don Alfonso, de Betanzos soy. (Y no añadí «uno de los pueblos más bonitos de España», porque todavía no se lo había oído decir a José Manuel Romay Beccaria, con la sabiduría y autoridad que imprime en todo lo que afirma).

-¿Cómo se llama el restaurante en el que sirven esa deliciosa tortilla de patata? ¿La Casiña, verdad?

-No, don Alfonso. Se llama La Casilla porque está situada junto a la casilla de los peones camineros.

-Y dígame ¿es verdad que le ponen caldo para que esté tan suelta y tan rica?

-No lo sé, don Alfonso, yo creo que es solo cosa de los huevos y las patatas, que son de mucha calidad.

Me habló también de las personas muy notables en cuya compañía había degustado la tortilla, pero no dejo constancia de sus nombres por miedo a que mi memoria me traicione.

Lo cierto es que en tan gratas disquisiciones habíamos consumido el tiempo de que disponía para examinar a cada alumno, de modo que, apenas comencé a contestar a la pregunta que me había tocado, me interrumpió:

-Está muy bien, joven. Tiene usted matrícula de honor. Pregunte cuando vuelva a Betanzos si le ponen caldo a la tortilla, y me lo cuenta el año próximo.

En lecturas posteriores, que cito de memoria, el también diplomático Marcelino Oreja en su libro, capital para entender bien la transición, Memorias y esperanza, menciona también la tortilla de La Casilla, adonde acudió a comer con el ministro Castiella -que había sido embajador en Lima- de cuyo gabinete era el jefe, tras algún Consejo celebrado en Meirás. (Creo recordar, sin embargo, que el brillante exministro de Asuntos Exteriores del primer Gobierno Suárez tiene un lapsus de memoria y sitúa La Casilla en otro bello pueblo coruñés pero no tan noble y hospitalario como la antigua Brigantium).

Más enjundia tiene comentar que en el gratísimo libro Leopoldo Calvo-Sotelo, un retrato intelectual, dirigido por su hijo Pedro, actual embajador de España en Praga, queda constancia de la existencia en su biblioteca de un ejemplar de Viaje a la Alcarria dedicado por Cela a la «señorita Pilar Ibáñez-Martín», dedicatoria fechada en Betanzos, en 1948. Sé, por el actual marqués de la Ría de Ribadeo, que la dedicatoria se escribió en La Casilla, al término de una cena en la que coincidieron por casualidad, la que habría de ser consorte del presidente Calvo-Sotelo, que acompañaba a su padre, a la sazón ministro de Educación -y que habría de ser embajador en Lisboa-, y en la otra el que terminaría siendo nuestro penúltimo premio Nobel de literatura. (Se me ocurre pensar que Cela podría estar visitando a su padre, que fue agente de aduanas en Betanzos, según oí de boca de don Agustín Núñez, el ilustre banquero, abuelo del hoy embajador en Varsovia).

Y en fin, termino recordando que el marqués de Villa-Urrutia en su entretenido libro Ocios diplomáticos (1927), da cuenta de que Betanzos gozaba ya a comienzos del siglo XVII de una bien merecida fama por la calidad de sus servicios de hostelería. Así, el 13 de mayo de 1605, nos cuenta Villa-Urrutia, la numerosa embajada encabezada por Lord Nottingham, que había desembarcado en La Coruña y se dirigía a Valladolid a ratificar la paz firmada el año anterior en Londres por los plenipotenciarios de Felipe III y Jacobo I, recorre las tres (?) leguas que la separan de Betanzos para llegar a pernoctar. Y precisa el autor que en la Ciudad de los Caballeros «hallan su posada colgada de muy buenas tapicerías, y puesta la primera mesa para setenta personas».

Betanzos sigue cultivando el arte de la hospitalidad y de la buena mesa, que exporta a otras ciudades. (García-Valdecasas hoy hubiera podido comer la tortilla de Betanzos en más de un restaurante de Madrid). Y seguro que seguirán brotando entre el Mendo y el Mandeo otras vocaciones al servicio exterior del Estado. Aunque hoy la diplomacia haya perdido parte de su antiguo glamur, como bien dice en su entrevista en La Voz el embajador Núñez, ha ganado en interés por el esfuerzo que requiere, en un mundo de información instantánea y al alcance de todos, la selección, el análisis y la interpretación de esa información, y la gestión personal, que nunca podrá ser digitalizada.