Bailando la yenka en el párking

Sandra Faginas Souto
Sandra Faginas CRÓNICAS CORUÑESAS

ARTEIXO

ANGEL MANSO

20 jul 2018 . Actualizado a las 12:32 h.

Walter Carr tenía por delante su primer día de trabajo, y este joven de Alabama tuvo la mala suerte de que se le estropeó el coche, así que decidió ponerse en marcha y caminó 32 kilómetros hasta llegar a su empresa. ¿Y qué se encontró nada más llegar? ¿Una carta de despido? ¿Una bronca por su tardanza?... No, su jefe, le regaló un coche: un Ford Scape, emocionado por el sacrificio del trabajador, que, pese a todo, llegó a tiempo adonde iba a realizar una mudanza, el encargo de ese día. Llegó tarde, pero a pie.

Esto viene a cuento porque hace poco una amiga me comentó que hizo la heroicidad de ir caminando desde la plaza de Pontevedra a A Zapateira, y eso que me pareció insólito (y lo es) no deja de ser un recorrido asumible para una persona joven. Pero nos hemos abonado tanto al coche que solo de pensar que hay que andar tres pasos decidimos montarnos al volante enseguida, con la complicación que eso nos supone. Cruzar Coruña andando, unos 3,96 kilómetros, nos lleva unos 50 minutos, según un reportaje de mi compañero Brais Capelán, que analizó que el taxi es el medio más veloz y más costoso aquí, y el bus, el más lento y barato (sin contar la bici). Pero lo de subirse al coche supone, además de un cristo, tal y como está ahora Coruña de obras y con tantas reviravoltas, túneles y rotondas, un pastizal: o pagas párking o te pasas horas buscando sitio en el centro en la zona azul. Y apoquinas.

El lunes pasado, sin ir más lejos, por estacionar un ratito, el tiempo de picar algo en los vinos (poco más de un par de horas), el párking me rascó el bolsillo casi cinco euros, y claro, no estaba en el aparcamiento low cost por excelencia (me chivan que es el que está pegado a la Casa del Mar). Es verdad que de uno a otro varía el precio, pero también el ancho de las plazas, que no siguen una relación proporcional al tamaño de los vehículos de ahora. Conducimos casi camiones que nos obligan a estrecharnos en cubículos cada vez que aparcamos, en los que te quedas atrapada y bailas la yenka para salir: ni por la izquierda, ni por la derecha ni por delante ni por atrás. Así que en alguno de los párkings hacemos de contorsionistas para subir piernas y cambiar de asiento o estrujar nuestros cuerpos contra las columnas. El que se atreve le echa morro y aparca a lo grande asegurándose dos plazas, porque a veces no hay otra fórmula. Pero lo mejor, visto lo visto, pasa por echarle valor y ponernos a caminar. O coger la bici, o como ya contó YES hace unas semanas, subirse al patinete eléctrico, que este verano arrasa para moverse por la ciudad. Cualquier opción antes que dejarse el pellejo y el bolsillo en algunos aparcamientos que ni tienen tarjeta de crédito para cobrar. Estoy por ir de Coruña a Sabón andando solo por saber si al llegar al trabajo me pasa como a Walter Carr y me dan una feliz sorpresa.