01 feb 2004 . Actualizado a las 06:00 h.

Hoy se celebra el Día mundial de los humedales. Bueno, que se celebra es un decir. Hoy se conmemora la firma, hace ya 33 años, del convenio de Ramsar, protector de esos espacios en los que no se sabe dónde acaba la tierra y dónde empieza el agua, en los que viven los patos y demás aves acuáticas. Se supone que en algunos países se celebrará semejante cosa. En Galicia, no mucho, porque seguimos pensando que todo esto es un humedal. Hasta que aparecieron los deshumificadores, de mucha venta, los que no eran patos iban sobrellevando la vida en el humedal por el sistema del equilibrio osmótico, es decir, procurando que la humedad interior alcanzara un porcentaje equivalente a la exterior, y de ahí la expansión de los bares. Por la dureza de la lucha contra la humedad, por la artritis, por el reuma, los humedales todavía nos asustan un poco. Cada vez que a uno de nuestros abundantes espacios húmedos le llegaba el momento de la «puesta en valor», se le hacía una carretera de dos carriles por encima para que los amantes de la naturaleza más tibios no tuvieran que mojarse el zapato. Pero seamos optimistas. La manía desecadora remite. Desde los salvajes 60 hasta hoy, miles de hectáreas de estuarios, lagunas, juncales y canaveiras se han protegido, primero, de la caza, y por fin de otros aprovechamientos arrasadores. Gracias a eso hoy vuelan azulones, cercetas y porrones sobre paisajes tan insospechados como los polígonos de Sabón o de O Porriño. Gracias a los humedales, todos los otoños se reproduce esta invasión de vida que llega del norte para alegrarnos los inviernos. Que vivan pues los humedales.