La cita veraniega de la OSG en María Pita congregó a un público entusiasta
19 ago 2024 . Actualizado a las 12:02 h.La cita veraniega de la OSG en María Pita permitió escuchar una cumbre de la música occidental como la Novena de Beethoven al cumplirse dos siglos de su estreno. La Coral (frecuente en conciertos de gran formato) acepta diversos enfoques; y había interés por cómo la abordaría Roberto González-Monjas. Ni la lluvia (presente en los movimientos iniciales) impidió llenar la plaza de público entusiasta.
El maestro se lanzó a una lectura ágil que buscó detalles (la amplificación, insuficiente, no dejó apreciar lo ordenado del arranque) en línea con los presupuestos estilísticos con que se interpreta Beethoven últimamente (lejos de los enfoques solemnes de maestros del pasado, con mayor rotundidad sonora y tempi más lentos). El trepidante Beethoven de González-Monjas cuida la diferenciación de planos con sonido íntimo, pero suficiente.
El segundo movimiento fue más refinado que furioso, siendo lo mejor el trío. Del adagio molto e cantabile extrajo su lirismo: viento y cuerda formidables. En el movimiento final superó un inicio borroso (desequilibrios notables) para armar un todo compacto. Faltó algo de carne y la amplificación no ayudó, pero el enfoque fue coherente. En el complejo cuarteto final, Rosalía Cid impuso voz bien timbrada, impecable en los ascensos al agudo, demostrando por qué ha triunfado en la Scala (ojalá tenga oportunidades aquí) y Carmen Artaza destacó por sonoridad y calidad tímbrica en una parte que suele pasar desapercibida: cantante a seguir.
Con voces menos caudalosas, Mateo Iván Rasic tuvo refinamiento estilístico a falta de un instrumento más incisivo y a Gabriel Rollinson, de voz atractiva, le faltó rotundidad. El esforzado Coro de la OSG (no muy numeroso) cumplió, a falta de mayor presencia. El preludio de Carmen fue la primera propina de una noche que acabó, como es tradición, con Negra sombra y el Rock del Deportivo ante un público que aguantó la lluvia y se lo pasó en grande.
Lluvia calmada por los ecos de los versos de Schiller que invitan al optimismo, porque siempre que llueve escampa.