«El taxista y la mujer que limpiaba me dieron una lección de humanidad»

A CORUÑA

MARCOS MÍGUEZ

María Luisa Fernández comparte con La Voz cómo dos desconocidos convirtieron «una mañana endemoniada» de pérdidas y médicos en un día inolvidable

09 jun 2023 . Actualizado a las 17:47 h.

«El martes yo tenía una cita en la Casa del Mar». Empieza a contar así su historia, la de una «mañana endemoniada» en la vida de una mujer habituada a los malos modos con que los bancos y los ambulatorios tratan a veces a las personas mayores. El desprecio podría ampliarse al mundo en general, pero la historia del 6 de junio tiene que ver con bancos y ambulatorios, con prejuicios y también con la lección de una limpiadora y un taxista. «Una persona mayor no es bien recibida en ninguna parte», avanza esta mujer de 76 años que trabajó hasta los 65 en un banco y conoce bien «la displicencia con que a veces se les trata. Llegaba alguien mayor y era “atiende tú a la vieja”, venía una de 18 y había tortas», sentencia.

El martes María Luisa Fernández despertó con febrícula y muy cansada. Tenía la vitamina D por los suelos —tres veces por debajo de lo que se considera aceptable, lo supo después—, pero tenía que recoger los resultados de una analítica, ya tenía cita. «Llamé a un taxi, le advertí que tenía covid, iba con dos mascarillas, el taxista me dijo que no me preocupara, abrió las ventanillas y me llevó», recuerda.

El olvido

Ya estaba en la Casa del Mar cuando descubrió que la cartera con la tarjeta sanitaria, la cita y todo lo demás le había quedado en el taxi, habría caído. Aun así subió y trató de explicarle la situación a una enfermera, que la mandó a un mostrador donde esperaban diez personas. «Pienso que no me escuchó», supone María Luisa que, pocha como estaba y con muy pocas fuerzas —tampoco su médica podía atenderla—, decidió marcharse. «Vas a los sitios y parece que te ven mayor y ya piensan, ahí vienen estas, que son unas liantas. Es lo peor que le puede pasar a alguien que siente que molesta en todas partes. Y yo esto lo entiendo, pero es que no nos dan nada gratis en ninguna parte. Las personas mayores a veces podemos ser latosas y pesadas, pero somos amables e intentamos ayudar», razona entre la resignación y el disgusto.

Pero no estaba todo perdido. Al bajar coincidió con una señora que estaba limpiando. «Nos cruzamos y le dije: “No se acerque mucho que tengo covid”. Y me respondió: “Venga conmigo”. Había oído lo que le había dicho yo a la enfermera, que me había dejado la tarjeta en el taxi, me llevó a donde estaba la máquina, porque ahora no es suficiente con llevar la cita, me preguntó si sabía de memoria el DNI, se lo di y allí salió el papel con la cita. “¡Muchísimas gracias!”, le dije. “Qué tontería, qué tontería, qué cuesta”, decía ella».

María Luisa volvió a subir, la atendió una enfermera «amable y cariñosa», y se fue a casa. Tenía que anular las tarjetas del banco, llamar a la policía, llamar a la central de taxis e intentar recuperar la cartera. «Los bancos, vaya por dios, ¡es que encima te riñen!, ojalá pudiera cobrar la pensión en otro sitio. Media hora de un 900 a un 981 para que te echen el sermón. “Tiene que tener más cuidado, señora”. Y tú que ya no estás bien, en fin». Al banco le siguió la central de taxis. «En 15 minutos me devuelven la llamada. “Tengo su cartera. El compañero que la llevó se tuvo que ir, pero en cuanto pueda se la acerco yo”, me dijo el taxista. ¡Me emocioné tantísimo! Pero es que pasa un rato, suena el telefonillo, abro, voy a la puerta, salgo y me encuentro con unas flores en el felpudo con una tarjeta que pone: “Espero que se mejore pronto. Con mis mejores deseos. El taxista”».

La maravilla

Dos días después María Luisa seguía llorando. «Es que en una mañana como esa, que en el ambulatorio no te escuchan, que te toca una médica seca, que te riñen en el banco, que un taxista decida comprar una flor y escribir una nota, a una persona mayor como yo... es que me deja atónita, maravillada, no lo puedo entender. Hay personas que son imprescindibles en la vida y son esas, la limpiadora y el taxista. Porque a lo mejor los que tenemos una carrera nos creemos importantes cuando estamos haciendo del mundo una porquería, incluso llegamos a mirar al resto con superioridad, que es algo completamente mezquino. Porque no eres nada, si no eres persona no eres nada. Yo soy pacífica y alguna vez pude decirle a algún taxista que me daba vueltas que por dónde me estaba llevando, pero juro que no me vuelvo a pelear con ninguno porque me dieron una lección de humanidad. Y la mujer que limpiaba, lo mismo. Una mañana endemoniada entre personas intocables e impostadas, y en medio, los auténticos, los de verdad, a los que no se les da valor. Solo quería decir eso», concluye María Luisa. Solo quería decir eso.