Las incógnitas en torno al crimen de Consuelo Palacios

alberto mahía A CORUÑA / LA VOZ

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Cabalar | EFE

El único sospechoso se acogió a su derecho a no declarar

28 may 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Consuelo Palacios Longueira apareció tendida en el suelo y sin vida en su piso el 5 de mayo y no fue hasta 19 días después cuando la policía soltó prenda. Y para eso, ni siquiera una manga. Todo el mundo quiere saber hasta el último detalle del homicidio y por el momento solo deslizaron que se detuvo a un hombre extranjero en A Coruña, sin antecedentes, penales de 34 años y que conocía a la víctima.

Por las fotografías del pase a disposición judicial, se sabe que tiene el pelo oscuro, barba incipiente y cuerpo fornido. Punto. La jueza, después de que el sospechoso se acogiera a su derecho a no declarar, atendió la solicitud del fiscal y decretó su ingreso en prisión como investigado por un delito de asesinato y otro de robo con violencia.

El resto es una incógnita. No se sabe si está casado, en qué país nació, qué le llevó a lanzarse a matar cuando hasta el momento no había roto un plato, de qué conocía a la víctima... Nada fue filtrado. Ni sus iniciales.

Que sea investigado por asesinato y no por homicidio, significa que, presuntamente, planeó el crimen. No salió de casa una tarde pensando en atracar a una mujer mayor cualquiera, y decidido a matar, si no le salían bien las cosas. Fue a por Chelo, que así la conocían. Supuestamente, se presentó por la tarde en casa de Consuelo, porque sabía quién era. Una mujer de 87 años, viuda, sin hijos y que vivía sola. Sin problemas económicos. Pero sin lujos. Vivía de su pensión, que se ganó como peluquera en uno de los salones con más pedigrí de la ciudad. Otra pista que llevó a la conclusión de que se trataba de un asesinato y no de un homicidio fueron unas cuerdas que aparecieron junto al cuerpo. En un principio, a simple vista y al no haber sangre, los primeros agentes en llegar pensaron que se trataba de un suicidio. Pero, pronto se supo que estaban ante una muerte violenta. Que Consuelo fuera una mujer profundamente religiosa descartaba que se quitara la vida. Y cuando llegaron al lugar, los agentes de la Científica y de la Unidad de Delincuencia Organizada y Violenta en nada constataron que así era. Lo de las cuerdas dejaba entrever que el autor llevaba la intención de maniatar a la víctima para robar a su antojo.

No lo hizo porque la víctima gritó y fue escuchada por una vecina. La misma que encontró el cuerpo. Nada más oír los quejidos y un golpe. O un golpe y unos quejidos. Bajó las escaleras y se encontró con la puerta de Consuelo abierta y a ella tendida en el suelo. Entre el grito y el inimaginable momento de ver a su vecina sin vida, se escuchó el cierre del portal. Y por ahí se supone que salió el asesino.

Pasaban los días y nada trascendía. Ni siquiera que las huellas que dejó el ahora investigado y encarcelado no correspondían a algún delincuente fichado. Eso es lo peor que puede pasar en una investigación policíaca. Se empezó su búsqueda a ciegas. Pero en pocos días, según reconoce un agente, acertaron con el hilo correcto del que tirar. Y al otro extremo apareció este hombre de 34 años, extranjero y de pelo moreno.

Mientras no se levante el secreto de sumario, ni el secreto policial se suspenda, solo se podrá publicar lo que es absolutamente cierto. Que un hombre de nacionalidad extranjera de 34 años, sin antecedentes penales y de pelo oscuro es el principal sospechoso del asesinato.

Llegó el momento de las preguntas. Hay muchas. ¿Qué le llevó al investigado a ir con cuerdas a la casa de Consuelo? ¿La conocía, sabía de su edad y escasa movilidad? ¿Cómo, por qué, dónde y cuándo se vieron por primera vez? ¿O la conocía de referencia? ¿Qué le robó? ¿Llegó al piso acompañándola bajo engaños? ¿O llamó al timbre y la víctima le abrió? Puede que algunas respuestas se las lleve el autor a la tumba. O no.