Tres años con morfina diaria en A Coruña, cuando la vida se rebaja a aguantar el dolor

m. CARNEIRO A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

Sara Vázquez, en una calle de Mesoiro donde vive con su pareja
Sara Vázquez, en una calle de Mesoiro donde vive con su pareja MIGUEL MIRAMONTES

«Me siento agotada y cargada de dolor. No puedo trabajar, salir a pasear, hacer mi vida», se queja Sara Vázquez, enredada desde el 2019 en una pelea con su propio cuerpo, el Sergas y la Seguridad Social

22 ene 2023 . Actualizado a las 21:21 h.

Sara Vázquez tiene 40 años y una alarma interna que le dice cuándo debe dejar lo que está haciendo y darse prisa para volver a casa. Si se demora o hace como si no sintiera esa señal siniestra que la asalta sin patrón, no hay morfina que la alivie. «Trato de no llegar a ese punto, pero sigo teniendo momentos muy duros en los que lloro y lloro y me quiero morir», dice desde su casa de A Coruña. Su alarma es el dolor. Al principio, silente, como un recordatorio, pero después, si no toma medidas (o incluso haciéndolo), despiadado y fuera de control, un runrún neuropático ocasionado por dos hernias cervicales y un nervio pinzado que desde hace tres años la tienen secuestrada coleccionando citas médicas.

Sara toma cada día 200 miligramos de morfina, 600 de pregabalina, 10 de Tranxilium, 15 de mirtazapina y un tratamiento para la endometriosis. Pesa 45 kilos. Desde que en el 2019 empezó a notar los primeros síntomas de la enfermedad, un latigazo en el brazo que no desaparecía, la historia de su vida se transformó en un estudio sobre el dolor. «Cuando pasé el covid, en enero del 2022, cambió [el dolor]. Hasta entonces todavía aprovechaba las mañanas, aguantaba y madrugaba mucho, ahora las llevo mal, me cuesta mucho levantarme, y las tardes, depende», repasa.

La primera y hasta ahora única neurocirujana que la atendió en la sanidad pública, en septiembre del 2019, no le dejó buen recuerdo. «Me dijo que o me iba a vivir al Caribe o no iba a mejorar, como suena», dice. Su médico de familia solicitó entonces una cita con la Unidad del Dolor del Chuac que volvió denegada. Lo intentó otra vez y a la segunda llegó concedida. Empezaron las técnicas invasivas para atacar lo que no resolvían los fármacos. «Me hicieron un bloqueo miofascial en el Abente, que no me hizo nada; un bloqueo facetario entre las vértebras que tampoco hizo nada. Hoy [por el viernes] me llamaron para darme cita para otro el 3 de febrero, ya sedada», relata la mujer, que en Navidad tuvo que pincharse corticoides para poder afrontar el viaje a Curtis en coche para reunirse con su familia.

En el servicio de atención al paciente del Chuac se acumulan varias reclamaciones. «Después de la neurocirujana que me mandó al Caribe pedimos otra cita. Pasó el tiempo y como no me llamaba, mi médico de familia entró en el sistema y vio que la que él había pedido ya no estaba», recapitula. 

Una vértebra, 30.000 euros

Sara recurrió a una consulta privada. «Cervicalgia. Braquialgia. Radiculopatía C7 izquierda. Protusión discal C5-C6, C6-C7. Omalgia izquierda. Tenopatía SE. Contusión ósea humeral», se lee en el diagnóstico. El remedio, en septiembre del 2020, consistía, por este orden, en bloqueo facetario, rizolisis y cirugía. «Operar solo una vértebra me cuesta 30.000 euros. Yo no puedo afrontar eso. Y en el Sergas me dicen que la cicatrización interna es complicada y puede ser que el dolor no mejore con la cirugía». El 3 de febrero volverá al quirófano para someterse a otro bloqueo. «Si no funciona, habrá que valorar», adelanta.

Después de tres años de baja laboral, en septiembre del 2022 la Seguridad Social descartó concederle nuevas prórrogas y decretó el alta. Pero ni Sara está en condiciones de incorporarse a su anterior empleo de comercial ni tiene la certeza de una mejoría a corto plazo. «Me siento agotada, cansada y cargada de dolor. No puedo hacer vida social, trabajar, salir a pasear, realizar mi vida», escribe en su reclamación. La confianza no la abandona. «Ahora estoy así, pero a los 70 voy a estar como las de 20, lo tengo clarísimo», ríe.