Las cigarreras de A Coruña regresan a la tabacalera 20 años después: «Preferiríamos que siguiese siendo una fábrica, pero vemos que está en buenas manos»

Mila Méndez Otero
Mila Méndez A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

MILA MÉNDEZ

Una docena de trabajadoras acceden por primera vez al edificio donde estuvo la Fábrica de Tabacos

05 jun 2023 . Actualizado a las 18:16 h.

«No pegué ojo en toda la noche. Estoy muy emocionada», confiesa una de las cigarreras. «¡Yo tampoco!», responden al unísono dos compañeras. Han pasado ya 20 años de la última vez que caminaron por estos pasillos, que trabajaron en estas salas. Una aniversario por el que regresan a la dirección de A Palloza. Con trabajadores de los juzgados como guías, conocen las funciones actuales del edificio cuya historia se remonta a 1804 y que desde el 2017 es la sede de Audiencia Provincial, de la Fiscalía o del Juzgado de Menores.

«Es impresionante como ha quedado con la reforma. Tengo que contener las lágrimas», dice Lolecha, una de las cigarreras. Con ella están Lela, Mariví, Mari Carmen, Puri, Teresa, Marina, Lupe, Rosy, Elena y Elena Mariñas, para diferenciarlas. Con ellas también va Juanjo, cigarrero que ejerció como vocal en el comité de empresa central en Madrid.

«Me da mucha alegría ver cómo restauraron el edificio, que no ha quedado en el abandono. Fue como nuestra casa», cuenta Rosy. Ella y Lupe fueron las dos cigarreras que el 19 de diciembre del 2002 cerraron la fábrica. Y, con ella, 200 años de historia.

Ninguna oculta la emoción. La tabacalera fue un modo de subsistencia, pero también un centro en el que aprendieron a defender derechos laborales cuando todavía estábamos en la dictadura. En particular, los de las mujeres. «Fuimos muy peleonas», destacan. Una herencia de sus predecesoras. En 1857 aquí tuvo lugar la primera huelga de mujeres de Galicia. El tesón de las obreras inspiró a Emilia Pardo Bazán para escribir La Tribuna. Por eso, su nombre bautiza la sala de exposiciones de la Audiencia.

Están entre los 75 y 85 años. Trabajaron sobre 40 años en la fábrica, hasta que se fueron jubilando, prejubilando o cerró la empresa. La más veterana, Teresa, entró en 1957. «Teníamos que tener entre 16 y 18 años para que nos cogieran», recuerda. Además, el reglamento de trabajo de 1942 indicaba que las mujeres que se casaban dejaban su puesto a cambio de una dote, las embarazadas también lo perdían. Muchas se quedaron sin su trabajo, subrayan, y famosa es la anécdota de la que guardó el traje de novia hasta que la ley cambió.

A fuerza de huelgas y manifestaciones, los convenios fueron avanzando. «Estas escaleras son un icono», destaca Lolecha. «El día de la inauguración como Audiencia Provincial, el arquitecto nos dijo que tuvo que insistir para que no ordenaran tirarlas. Deben de tener 200 años. Una vez, nos sentamos aquí para una protesta. Nosotras con unos calcetines negros, ellos con una corbata», hace memoria Lolecha.

Las cigarreras Rosy y Lupe cierran la Fábrica de Tabacos en el 2002
Las cigarreras Rosy y Lupe cierran la Fábrica de Tabacos en el 2002

El lugar de castigo

Las salas de los juzgados de la planta baja son lo que más las impacta. También les da pena «ver el Juzgado de Menores», reconocen. «A la derecha se sienta quien acusa, a la izquierda, quien defiende», les explica María, una trabajadora. «Antes esto era la carpintería», dice Juanjo. En la planta baja también había una sala de maternidad, una capilla, con la virgen de la Consolación (ahora en Eirís) o los roperos.

Los talleres se concentraban en la primera planta, donde está la Audiencia Provincial, y en la segunda, donde está la Fiscalía, y donde antes se producían los Farias. Los sótanos, donde ahora están los calabozos, estaban reservados para el trabajo más desagradable. «Esto es el desveno. Después de 40 años trabajando aquí, un día llegué tarde y me enviaron castigada», dice Purificación Méndez mientras observa los habitáculos de los detenidos. «Estaba siempre cubierto de polvo, el que se extraía de la hoja de tabaco. Lo llamábamos Londres, porque parecía niebla», describe Juanjo.

En la Fiscalía, las recibe la teniente fiscal Consolación Painceira, que les muestra su despacho y el del fiscal jefe provincial de A Coruña, Javier Rey Ozores. También las lleva hasta las oficinas donde están los funcionarios. «Han sido muy amables, se daban cuenta de nuestra emoción», dicen las cigarreras. «Lo sentimos así, es un edificio emblemático que tiene su significado», les responde Consolación Painceira.

El secreto de la caja fuerte

Para su sorpresa, los trabajadores de los juzgados les confiesan que, desde que llegaron en el 2017, no han sido capaces de abrir la caja fuerte. «¡Ese era el trabajo de una compañera que sigue viva. La vamos a llamar para que venga a abrirla!», les promete Teresa Mosquera, que trabajaba en el departamento de pagadurías, donde esta la caja.

El principio del fin comenzó a finales de los 90. En 1999 Tabacalera se fusionó y nació Altadis. De los centros de producción de España, solo subsiste el de Cantabria.

La fábrica de A Coruña fue una de las más significativas, era la segunda más antigua y la más grande de todas. También de las que tenía mayor masa laboral. En el año del cierre había contratadas 287 personas. En su eclosión, llegaron a ser 1.400. En todas sus etapas, desde su inauguración en 1804, las mujeres fueron mayoría. «Y también las más luchadoras», define Juanjo, para quien La Palloza, como era conocida la planta, es un ejemplo de lucha obrera y emancipación de la mujer. «De feminismo», resume. La equiparación de sueldos con sus compañeros fue una de sus reivindicaciones.

La especulación urbanística, la factoría ubicada en pleno centro de la ciudad y en uno de los lugares con más tirón inmobiliario, y la curva de edad de la plantilla apuntalaron el cierre. En los últimos años casi todos los contratos nuevos eran temporales, cuentan. Manifestaron en muchas ocasiones su pesar por el «escaso compromiso político».

Saben que ya no se puede luchar, pero les queda la memoria. «Preferiríamos que siguiese siendo una fábrica, pero, una vez que no lo es, está en buenas manos», asegura Lolecha.

«Tus pasillos, galerías, no las pisaremos más, pues de centro de trabajo hoy es sede judicial», recita el poema Rosy mientras avanza por los escalones. Concluida la visita, hacen una última revelación. «Antes bajábamos estas escaleras corriendo, ¡hoy no podemos!», se ríen. El cierre no puedo con su espíritu de equipo.