Música de sustitución

Hugo Álvarez Domínguez

A CORUÑA

EDUARDO PEREZ

La cancelación por enfermedad del director James Conlon motivó un cambio de programa descafeinado

26 nov 2022 . Actualizado a las 22:31 h.

Sinfónica de Galicia. J. Comesaña, violín. F. Burghgraef, director musical. Obras de Berlioz, Bruch y Mendelssohn. Palacio de la Ópera, 25 de noviembre.

El anuncio hace unas semanas de la cancelación por enfermedad del director previsto para este concierto (James Conlon, que hace tan solo unos días dirigía Ernani en Florencia) se llevó por delante un programa que incluía música de Zemlinsky y Debussy y obligó a plantear un repertorio nuevo (más convencional) para la sexta cita de abono de la Sinfónica de Galicia. Entraron en liza entonces el director Frans-Aert Burghgraef y el violinista Javier Comesaña. Con la inspiración escocesa como nexo de las obras, el programa dio sensación de música de sustitución.

Desde la obertura El carnaval romano de Berlioz, Burghgraef puso sus cartas sobre la mesa: buscó sonoridad ligera, de tintes clasicistas y tempi fluidos; pero ensució el equilibrio de los planos sonoros con una percusión bastante pasada de rosca. Para la Fantasía escocesa de Bruch, el violín de Javier Comesaña mostró un sonido hermoso (no siempre todo lo amplio que sería deseable) y una técnica envidiable; pero poca conexión con la música: versión fría y distante, aunque pulcra. A la orquesta (con la cuerda inspirada) le faltó diálogo con el solista, quizás a causa de la batuta; y en conjunto faltó el sabor rítmico escocés que pide la obra. Comesaña se lució regalando el Capricho n.º 14 de Paganini.

En la Sinfonía escocesa de Mendelssohn (en su versión original de 1842), Burghgraef insistió en su visión ágil, de corte academicista; que, sin embargo, no terminó de aportar algo nuevo a la obra. Gustó alguna idea (arranque del segundo movimiento, ductilidad de la cuerda), pero los planos sonoros siguieron sin ser del todo claros (el inicio del cuarto tiempo fue bastante dubitativo) y el metal quedó lejos de sus mejores noches. La orquesta resolvió más que brilló.

Como bis, la Sinfónica cantó Loch Lomond, guiño que será lo más recordado de un concierto descafeinado. El cambio de programa fue una lástima.