Chávez Bonilla, cirujana maxilofacial: «Los soldados de la Gran Guerra llegaron con heridas en la cara que nunca se habían visto»

m. carneiro A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

Marcos Míguez

La especialista del Chuac hablará este miércoles en la Domus de reconstrucción facial

05 oct 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Dice Vanessa Chávez Bonilla (El Salvador, 1985) que no abundan las iniciativas «para que la gente se entere de lo que sucede» en el campo de la cirugía maxilofacial y, en particular, de la reconstrucción facial, tan arraigada a la historia que fue después de la Gran Guerra cuando eclosionó, y últimamente, con la ingeniería biomédica, cuando cobró un impulso nuevo. Por eso invita a «todo el público, no solo al colectivo», a la charla que dará hoy (19.30 horas) en la Fundación CorBi bajo el título De la pantalla al quirófano.

—¿Del ordenador al quirófano?

—He decidido contarlo como una historia y empezar por el principio. Es una historia interesante. La reconstrucción facial empieza a avanzar a gran velocidad después de la Primera Guerra Mundial porque los soldados llegan con lesiones que los cirujanos nunca habían visto, heridas terriblemente mutilantes y muy difíciles de solucionar. Quedaban tan desfigurados que a veces ni siquiera podían reincorporarse a la vida normal.

—¿Qué aportan hoy las pantallas?

—Con los ordenadores y las impresiones 3D todo cambia radicalmente. También porque en los 70 nace la microcirugía, suturas de vasos muy pequeños que permiten mover tejidos sanos del paciente. Con el peroné se reconstruía la mandíbula, por ejemplo, a ojo, en el quirófano, sobre la marcha. Ahora se planifica con el TAC y se hace una cirugía completamente virtual. Cuando vas a quirófano tienes ya las placas a medida, guías para saber cuánto tienes que coger del sitio que vas a utilizar. La precisión es enorme, pero tiene que estar muy bien calculado, ya no se improvisa.

—¿Quiénes son los soldados hoy?

—Llevaré ejemplos. Pacientes con fracturas en accidentes de tráfico, tumores, deformidades en las que hay que cortar y recolocar todo, grandes quemados, heridos por armas de fuego en intentos autolíticos, mordeduras de perro, que pueden ser terribles. No podemos mostrar fotos reales, pero hay modelos esterolitográficos que permiten que la gente vea lo que hacemos.

—El rostro es la identidad, ¿el resultado es visiblemente mejor?

—Es mejor pero queda camino. Hay equipos haciendo trasplante facial, van algo más de 40 en el mundo y no todos han sido completos. Hay avances en ingeniería tisular. No es descabellado pensar que en el futuro nos fabriquen el trozo de mandíbula que necesitamos de las células del paciente. Lo que hacemos siempre es mejorable. Quedan mejor, pero se les nota. La cara no puede esconderse, no es una cicatriz en el hígado. Para ellos es muy difícil.