María Casares y Albert Camus, entre Panaderas y Argel

Felipe Peña LA VOZ

A CORUÑA

FELIPE PEÑA

Juntos son un símbolo del siglo XX, venidos de sus periferias más extremas

23 may 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

En los primeros años de París, la niña desgarbada de la calle Vaugirard, la que hablaba mal el francés y quería ser actriz de teatro, recordaba el Madrid sitiado en el que vivió unos meses junto a su padre y su madre, protegidos por los defensores de la República y su símbolo más visible: Madrid. Es el tiempo heroico del «no pasarán». En aquel escenario espectacular que es la cornisa del Manzanares con sus palacios relucientes de piedra blanca de Colmenar, granito de Guadarrama y ladrillo rojo quedaron para siempre sus recuerdos de adolescente entre milicianos e idealistas de las Brigadas Internacionales después de haber dejado una infancia familiar feliz junto a las playas de Riazor y Montrove.

La ciudad se defendía del acoso de las tropas de Franco desde la otra orilla del río Manzanares. El ejército rebelde no conseguía entrar en la capital de la República, de la que su padre, Santiago Casares, era uno de sus mejores representantes hasta la sublevación militar de julio de 1936.

Lo recordaba cuando ya había leído las primeras líneas del legendario artículo de Albert Camus en el periódico Combat el 24 de Agosto de 1944, La sangre de la Libertad, describiendo la liberación de París: «Una vez más la justicia se debe de ganar con la sangre de los hombres (...). En este inmenso escenario de piedra y agua, alrededor de este río con aguas llenas de historia, las barricadas de la libertad se han levantado de nuevo». 

La Resistencia en París

Ya entonces Albert Camus era su gran amigo y se movían juntos en las sombras de las redes de la Resistencia por el París ocupado por los nazis. Luego fueron amantes hasta 1960, todo lo que les quedaba de sus vidas. Se habían conocido cuando María asumió el papel de Marta en El Malentendido en el teatro Mathurins el 24 de junio de 1944. María soñaba con ver un día una escritura no menos espectacular que la que el futuro Nobel había hecho sobre París de la mano de alguno de sus amigos de Madrid, Alberti, Neruda, Hernández, incluso Machado y Lorca antes de desaparecer en aquella sangrienta y cainita guerra. No solo no tuvo ocasión de oír aquellos bellos versos en la voz de sus poetas, cambiando París por Madrid y el Sena por el Manzanares, sino que sus partidarios perdieron también Madrid. Tres años después de su salida de la ciudad esta caía en manos de las tropas sublevadas.

No pudimos oír palabras como las de Albert Camus aquel 24 de agosto: «París se llena de fuegos artificiales con todas las balas que le quedan en las noches de este agosto». «Si, sus razones son inmensas. Tienen la dimensión de la esperanza y la profundidad de la revuelta. Son las razones del futuro de un país al que se ha querido mantener rumiando perezosamente su pasado. París lucha hoy para que Francia pueda hablar mañana. El pueblo está levantado en armas esta noche porque espera que haya justicia mañana» (Actuelles, crónicas 1944-48, Gallimard, 1950). 

La biblioteca coruñesa

Camus llega de una pequeña aldea de Argelia y María de una ciudad del fin del mundo occidental, de Galicia. El primero ya tiene publicadas dos novelas de éxito y es un articulista de renombre en los periódicos de la Resistencia, María es una joven desconocida que habla mal francés pero que se ha formado en la gran biblioteca de la casa de la calle Panaderas 12 de A Coruña guiada por un padre que es el primer ministro de la República española. Quince años después, él es un premio Nobel, un pensador indispensable y una referencia ética y crítica en el rico paisaje intelectual francés de los años 50, los del existencialismo, el estalinismo y la descolonización de Argelia. Esta última es una herida nunca cerrada en el joven que se ha formado en Argel con una madre mallorquina viuda y un maestro de escuela ejemplar, Louis Germain, que nunca olvidará. Ella será la más grande tragedienne de la escena francesa hasta que en el 2017 se publique la correspondencia que nos mostrará la intensidad de la relación entre ambos y la enorme calidad literaria que hay también en ella. Juntos son un símbolo de Francia del siglo XX, venidos de sus periferias más extremas: «… a medio camino ente el sol y la miseria. La miseria me impidió creer que todo está bien bajo el sol y en la Historia; el sol me enseñó que la Historia no lo es todo» (L´Envers et l´Endroit, Charlot, Argel, 1937).