Adiós, eterno letrado

Francisco Martelo

A CORUÑA

CESAR QUIAN

La abogacía fue para Liaño Flores un vehículo deportivo que conducía con singular destreza para disfrute intelectual y emocional. Para jubilarse había que apearse y, para él, no era lo apetecible

16 may 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Pocas personas que nos abandonan cumplidos los cien años consiguen abarrotar una iglesia tan grande como la conventual de los Salesianos de A Coruña en el oficio de su Misa de Réquiem. Como los de su edad no pueden estar, porque ya han partido hacia el más allá, los presentes son unos cuantos amigos de los hijos o de los nietos. En casos excepcionales, aparece una multitud de admiradores si el que se va alcanzó fama y prestigio por su buen hacer durante el paso por la vida.

José Manuel Liaño Flores, juez, alcalde en la Transición, procurador en Cortes, consejero de la UDC, conferenciante, articulista, tertuliano radiofónico, pero por encima de todo feliz abogado en ejercicio permanente dejó claro que lo hizo bien.

El sacerdote lo reconoció como alumno de colegio salesiano y buen cristiano, y una de sus hijas nos contó al final de la ceremonia su entrañable comportamiento con la familia y sus virtudes, como jurista, impregnadas de exigencia para sí mismo y afecto hacia sus colaboradores y sus clientes, a los que abroncaba si lo consideraba pertinente. Los confesaba a voces, aportando al finalizar, desde su conocimiento y su inteligencia, el camino a seguir o la mejor solución. Tomar decisiones es, también en Derecho, lo más complejo.

En cambio, comunicándose como paciente siempre hablaba en voz baja, susurrando, en confesión, como si quisiera no darnos pena o que su universo vital estabulara el problema de salud en una esquina, sin protagonismo alguno. En el fondo, tenía que quedar en una preocupación propia, que no podía llegar e intranquilizar a los suyos. Era un anciano que continuaba siendo joven.

Juez de instrucción a los 23 años, se formó en el duro aprendizaje de humanizar el franquismo, pero acabó dedicándose al ejercicio como abogado. La abogacía fue, para él, un vehículo deportivo que conducía, con singular destreza, para disfrute intelectual y emocional. Para jubilarse había que apearse y, para él, no era lo apetecible.

Sus incursiones en la política sirvieron para ayudar a la gente. Primer alcalde de A Coruña tras la dictadura, durante su mandato rompió la norma de hablar poco y hacer mucho, porque hizo de manera sobresaliente las dos cosas. Excepcional conversador y contacontos, recordaba los avatares de la presa de Cecebre, cómo se cuidan los árboles de Santa Margarita o cómo se pudo concretar el colegio universitario de A Zapateira, futura Universidad da Coruña. Para contar las largas horas de espera con más ánimo y sentido musical montó el delicioso Museo de Relojes del Concello.

Los miembros de la Real Academia de Medicina de Galicia nunca le olvidaremos como intelectual y como mecenas. Hace un mes acudió a la apertura del curso académico, celebrado por fin con la solemnidad requerida tras la pandemia. De nuevo nos recordó a Saramago: «Teño os anos que necesito para vivir libre e sen medos». Su recuerdo vivirá, para siempre, entre las paredes de la Academia.

Francisco Martelo es presidente de la Real Academia de Medicina de Galicia