Mercedes, la mujer que acampó en las Esclavas en el 2017, vuelve a las calles de A Coruña

alberto mahía A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

ángel manso

La ingresaron varias veces en centros, pero siempre huyó porque prefiere dormir entre cartones y bajo paraguas, ahora en la calle Pérez Cepeda

23 feb 2022 . Actualizado a las 14:52 h.

Mercedes ya tiene 63 años. Mal llevados. Los coruñeses la conocieron en el 2017, cuando de la noche al día apareció en el jardín de las Esclavas con unos cartones y poco a poco fue obrando su hogar con plásticos y decenas de paraguas de colores abiertos que milagrosamente resistían temporales y no dejaban entrar ni una gota. Decoró el entorno con plantas, cuadros rescatados de la basura, espejos o cualquier objeto que a ella le gustase, y todo el mundo la observaba. Durante el tiempo que estuvo allí, los medios de comunicación iban contando su día a día y los que paseaban por la zona paraban a verla. Se intentó mil veces convencerla de que aquel no era lugar para ella, ofreciéndole varias instituciones benéficas. Pero Mercedes, en su terquedad, insistía en que allí estaba perfectamente. No había forma de hacerla cambiar de opinión. Hasta que en febrero del 2018, los responsables de los Servicios Sociales de entonces consiguieron lo imposible, que se mudara al Hogar de Sor Eusebia.

De allí huyó y regresó varias veces. Durante una temporada pernoctó en los bajos del Millenium. Donde azota el viento con furia. Regresó a la entidad benéfica, pero volvió de nuevo a la calle. La última vez, hace poco más de un mes. Para irse a dormir en un metro cuadrado en la calle Pérez Cepeda, a la altura de Rey Abdullah. Allí encontró un comercio abandonado y dispuso una cama con cojines en el pequeño hueco de la entrada. Si fuera otra persona, le daría una patada a la puerta para guarecerse mejor. Pero Mercedes no es de esa gente. No rompe nada. Solo se rompe ella. 

Duerme en un metro cuadrado

No cambia y no quiere cambiar. Prefiere vivir en la calle que en la cama caliente de una institución. Apenas habla con la gente y solo acepta la ayuda de los vecinos si el benefactor le entra por los ojos. En el lugar en el que ahora está tiene que dormir encogida. Como un caracol. Y ha vuelto a echar mano de paraguas para protegerse de la lluvia. Ha dispuesto también una pequeña estantería donde guarda libros viejos y un montón de libretas, que llena con sus pensamientos. Para sacarle las palabras, hay que arrancárselas. Cuenta que escribe. «Lo que se me pasa por la cabeza», dice. Si se le pregunta lo obvio, si tiene frío, responde que no. Algo increíble en pleno invierno. Pese a que Mercedes no está bien y las conversaciones le molestan, siempre se mostró educada. Nacida en Ponteceso, «en una familia bien», según cuentan, no tiene un mal gesto. Ayer explicaba que se había ido del Hogar de Sor Eusebia porque no le gustaba que le anduvieran encima ni le impusieran horarios. Eso sí. En cuanto se le aconseja que estaría mucho mejor allí, en un albergue, responde que no y da por zanjado el encuentro. 

Pasa horas escribiendo

Los residentes de la zona, aparte de caérseles el alma a los pies al verla en ese estado y dormir prácticamente a la intemperie, dicen que sigue un horario estricto. «Se levanta sobre las ocho y tras colocar sus cosas, acude a un bar cercano a pedir un café en taza de cartón», relatan. Sin hablar con nadie. A eso de las once se toma otro. Y continúa moviendo sus enseres de sitio. Siempre le dedica unas horas a la escritura. Y desaparece. Suelen verla en algún banco del paseo marítimo. Siempre le gustó estar cerca del mar. O pegada a él. Y casi todos los días recibe la visita de funcionarios de Servicios Sociales.

El Ayuntamiento intenta, como hizo siempre que huyó de la institución benéfica —lo hizo varias veces—, convencerla de que vuelva. Están pendientes de sus necesidades, pero siempre reciben la misma respuesta. Que ella prefiere estar en la calle. Y nada se puede hacer contra eso. Solo insistir e insistir para hacerla entrar en razón «las veces que hagan falta», cuentan fuentes municipales.