Suso Carro: «Amancio Ortega hizo cola aquí muchas veces y nunca protestó»

A CORUÑA

ANGEL MANSO

El propietario de El Pirri avanza el final del mítico restaurante de Betanzos: «Al principio de la pandemia cerramos ocho meses, estuve en casa y me di cuenta de que podía vivir sin trabajar», dice

23 ene 2022 . Actualizado a las 14:10 h.

Es un local con solera. Inigualable. Ochenta metros cuadrados de buen producto. Centenares de anécdotas repartidas en dos plantas unidas por unas escaleras míticas donde casi se lesiona algún jugador del Superdépor. El Pirri de Betanzos es uno de los últimos clásicos. «La mayoría de mis clientes no miran los precios, solo se fijan en la calidad. Tiene que ser bueno. Yo por caro nunca tuve una protesta y por dar algo malo, tampoco», asegura Jesús Carro Lendoiro. Suso. Tiene 63 años, dos hijos de 41 y 37 y, muy a su pesar, todavía no debutó como abuelo. Gran parte de su vida la pasó detrás del mostrador. «Empecé a los 17 años. Así que, cuando pase el verano, habrá que pensar en venderlo», avanza. Nos sentamos a comer, pero él no pierde detalle de todo lo que sucede a su alrededor. «Trabajamos seis personas en estos ochenta metros y yo nunca falto. No delego en nadie. Si doy positivo en coronavirus, cierro. Hay dos cocineras, pero el alma mater soy yo. La forma de hacer los platos, las raciones... Desde la cocina veo entrar y salir a todo el mundo y sé lo que come cada cliente», destaca. Mientras escribo en mi libreta, Suso pide unas cigalas a la plancha, el famoso pulpo con patatas, con la cebolla por encima, y rodaballo a la plancha. «Betanzos es más que tortilla y el Pirri más que pulpo», sentencia. 

Una sociedad de 1977

Dice que es del norte, de Betanzos-Infesta. Con 14 años debutó en la hostelería en el Bar Carlos de la calle Argentina. Allí conoció a Luis Vázquez Castro, que era muy del Real Madrid y muy inquieto y al que todos conocían como Pirri. «En 1977 montamos una sociedad y empezamos con el bar Garrido, que estaba en la avenida de Castilla. Yo tenía 17 años y Pirri 22. Dábamos menú del día y ya entonces apostábamos por el aceite de oliva de calidad. El menú costaba 300 pesetas (un poco menos de 2 euros) e incluía pulpo, que estaba muy barato. Fue un éxito. En 1980 montamos este y poco a poco fuimos dejando el tema del menú del día a la carta», relata Suso. Su socio se jubiló hace unos años. Un domingo normal doblan las mesas, uno bueno las rotan tres veces. «A la barra nadie viene a tomar un vaso de vino, la gente se acerca para picar algo. Ofrecemos buen producto para clientela diferente, desde el que se quiere gastar poco al que no le importa invertir 100 euros por cabeza. A la gente le gusta hacer cola. Si hay personas esperando no servimos café. Los clientes ya lo saben y lo asumen. Amancio Ortega hizo cola muchas veces aquí y nunca protestó. Es la persona más humilde del mundo. Le encantan los jurelitos y los mejillones en escabeche, el pulpo, y recuerdo que siempre pedía el vino de la casa», apunta mientras da un sorbo de Viña Alberdi. 

Pescados y mariscos del día

Compra el producto en el mercado de la plaza de Lugo. «Es el mejor. Me levanto a las siete y media de la mañana para ir. Yo no compro nada por teléfono, quiero tener la centolla en la mano y que me pinche los dedos», destaca. En la carta del restaurante-mesón-pulpeira Pirri hay mariscos, pescados, carnes... «Piden mucho los callos, las chuletitas de cordero de Burgos, el raxo, los pinchos morunos, los riñones... Tortilla no tenemos, aunque alguna vez hemos hecho alguna para llevar para casa. Recuerdo una vez que llamaron unos señores para pedir dos y les dijimos que no. Al cabo de un rato llamó Munitis, que era jugador del deportivo, y se las hicimos. Resulta que los que habían llamado antes eran sus padres», recuerda Suso, cuya lista de famosos que pasaron por el local es interminable. Las vacaciones las reparte entre diez días en Canarias al sol y recorrer el norte de España de restaurante en restaurante. «Conozco toda España de rutas gastronómicas. No veo iglesias, solo locales de hostelería», confiesa. En su día estuvieron a punto de trasladarse a un local cercano de 300 metros cuadrados, pero por problemas urbanísticos el proyecto se paró. Ahora el Pirri entra en su etapa final. «Al principio de la pandemia cerramos ocho meses y estuve en casa. Y me di cuenta de que podía vivir sin trabajar», dice Suso.