Paulo Teia: «En los niños de África vi sufrimiento, pero no la tristeza de los europeos»

FErnando Molezún A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

F. M.

El misionero impartió en A Coruña una charla sobre su estancia en Mozambique

03 ene 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace cinco años se produjo un hermanamiento escolar entre el colegio Santa María del Mar y la Escola Secundaria Inácio de Loiola (ESIL) en Msaladzi (Mozambique). Una experiencia en la que han querido implicar a todos los estudiantes del colegio coruñés para tender puentes con el país africano. Dentro de ese compromiso de solidaridad han contado recientemente con la presencia del jesuita Paulo Teia (Lisboa, 1969), que estuvo destinado cinco años en aquella tierra en la que encontró la manera de ayudar a los niños tendiéndoles un simple vaso de agua. Una experiencia que ha recogido en un libro de fotografías —su otra pasión— y que resumió en una conferencia en el centro Fonseca.

—¿Cómo llegó a Mozambique?

—Estuve once años como párroco al sur del Tajo, con las familias de los barrios pobres del Pragal. Fue una experiencia fuerte prestar servicio en un contexto tan difícil. Le pedí a mi Provincial tener un año sabático, que aproveché para estudiar fotografía en Madrid e ir a la India. Allí conviví y fotografié a los dalit, los intocables, la casta más baja. Eso despertó en mí el deseo de pasar un tiempo de mi vida al servicio pleno de aquellos que están olvidados y al margen de toda la sociedad, con el objetivo de intentar cambiar la realidad.

—Venía de la India, y aún así dice que le impactó África.

—Es que es otro mundo. Allí no hay máscaras, todo lo que encuentras es muy bruto. Tanto la belleza como el sufrimiento, la vida y la muerte. Todo surge con una fuerza tremenda, da la sensación de que la vida te está impactando continuamente en su forma más originaria y pura. Aquí en Europa todo es muy redondo, la realidad está muy pulida en función de nuestro confort y de los intereses de grandes grupos. En África la realidad de la gente es dura como una roca, llena de aristas. Y eso, a una persona que llega de Europa, le hiere y le golpea.

—Dice que su objetivo era cambiar la realidad. ¿Lo consiguió o la realidad de Mozambique le cambió a usted?

—Seguramente haya sido capaz de cambiar algo. Pienso en la vida de estos niños y ahí hay cambios reales. Tenemos el poder de cambiar. Cuando pagas los estudios de un niño pobre en un colegio privado le estas dando la posibilidad de cambiar no solo su vida, sino la de toda su familia. Lo que también es cierto es que estos cambios terminan produciendo un cambio en ti mismo. Ves que tú también eres imperfecto, que tu deseo no es tan gratuito y que hay muchas partes de ti que no están desarrolladas. Es la realidad que allí se vive la que te invita a que te abras a la riqueza que tiene la gente de allí. Que es muchísima. Tanta como la que puedo yo ofrecerles, pero de otro orden. Eso es algo que me he traído para Europa. Somos una sociedad que está perdida en las soluciones que busca. Tendríamos que aprender de África, seguir sus formas naturales de estar en la vida.

—Su principal objetivo fue el de ayudar a los niños.

—En los niños de Mozambique vi mucho sufrimiento, pero no tristeza. Y lo paradójico es que aquí en Europa, en la mirada de los niños, veo tristeza a pesar de que no sufren. Allí pasan hambre, están enfermos, pero no ves esa sensación de agobio, de vacío. Aquí nuestros niños tienen de todo, pero su mirada es triste, como la de sus padres.

—¿Cómo surgió Amigos de Jesús, el grupo que fundó con estos niños?

—Allí no hay agua potable en las calles, así que coloqué un depósito en la iglesia y los niños que se dedicaban a la venta ambulante venían a descansar y a refrescarse. El agua los unió. Y yo comencé a hablar con ellos, a conocer sus vidas y sus problemas. Muchos estaban enfermos, no tenían documentación, no iban a la escuela porque tenían los zapatos rotos de andar vendiendo por la ciudad... Y eso me hizo plantearme cómo podría darles más seguridad y oportunidades. Así surgió este grupo de los Amigos de Jesús, con un compromiso por ambas partes. Yo me comprometía a ayudarles, pero a cambio tenían que firmarme y cumplir un manifiesto con algunos puntos como que no podían faltar a la escuela, respetarse entre ellos, no volver a casa más tarde de las seis de la tarde, porque la posibilidad de ser asaltados es muy grande tras un día vendiendo en la calle, y la responsabilidad de cuidar del otro. Es decir, que cuando uno está enfermo, decirlo, no dejar que vaya a vender a la calle.

«Del covid me preocupaba que la gente muriese de hambre durante un confinamiento»

Tras su estancia en África, Paulo Teia ha vuelto a su país natal y actualmente trabaja en Braga.

—¿Cómo fue regresar a Europa?

—Regresé hace aproximadamente un año, pero no he perdido el contacto. Sigo pendiente de varios proyectos que empecé allí y que no quería dejarlos sin terminar, como las casas que comenzamos a reconstruir después de ser devastadas por un ciclón. Pero sobre todo estoy pendiente de los Amigos de Jesús y de las becas que les conseguimos para que puedan estudiar en instituciones privadas, sobre todo en nuestro colegio de los Jesuitas. Así que sigo buscando benefactores que puedan pagar sus estudios.

—¿Se acostumbra a vivir de nuevo en su país?

—No del todo. No puedo considerarme ni de África ni de Europa, yo estoy en medio, construyendo un puente para que la riqueza de cada continente fluya hasta el otro. Por eso es fundamental una experiencia como la del hermanamiento escolar de Santa María del Mar. Dotar a los niños de esa sensibilidad les enriquece enormemente como personas. No solo porque puedan, a la larga, dar algo de sí, sino porque también se enriquecerán con lo que venga de África.

—Vivió en Mozambique la llegada del covid. ¿Cómo fue?

—Hay que tener en cuenta que en África la población es muy joven, lo cual ayudó a contener la pandemia. Pero cuando empezó todo lo de los confinamientos en Europa tuve mucho miedo, porque allí no hay capacidad de aguantar en casa encerrados un mes. La gente vive al día, no tiene cuentas en el banco. Así que no morirían del covid, pero sí de hambre. Afortunadamente no pasó. Hay muertes por covid, pero siguen siendo muchas más las que provoca la malaria.