Manuela Naya Carro, presidenta de ABAC: «Necesitamos ampliar el comedor, no damos abasto con los nuevos casos»

Fernando Molezún A CORUÑA

A CORUÑA

CESAR QUIAN

Los usuarios de la Asociación de Bulimia y Anorexia aumentan cerca de un 40 %

13 dic 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Termina el turno de meriendas en el local de la Asociación de Bulimia y Anorexia de A Coruña (ABAC) en el Barrio de las Flores y los miembros de la junta directiva, encabezada por su presidenta y fundadora Manuela Naya (Culleredo, 1953), se afanan en intentar redistribuir las mesas del comedor para poder ganar dos sitios más en los que poder ubicar a nuevos usuarios. Y es que, por primera vez en los 25 años de historia que tiene ya la asociación, cuentan con lista de espera. «La pandemia no está siendo precisamente buena para la salud mental», explica la presidenta, que asegura que en estos últimos meses no para de sonar el timbre de ABAC: «No damos abasto. Hemos tenido que incorporar a otra psicóloga, pero el problema es que no tenemos espacio para que pueda atender a los usuarios. Y necesitamos ampliar el comedor, tenemos gente esperando que necesita con urgencia esta atención y eso me quita el sueño. No sabemos qué más hacer».

—¿Han cuantificado esa subida de usuarios?

—Siempre se ha mantenido el número de usuarios que teníamos entre los 80 y los 90. Ahora tenemos 127, lo que supone un 37 % más que el mismo mes del año pasado. Hemos registrado un 153 % de incremento de peticiones de información y un 36 % más de citas de valoración inicial, de familias que detectan este problema y vienen a la primera entrevista. De hecho, hay doce personas pendientes de esa primera valoración, pero es que no nos queda ni un despacho libre ni un minuto al día. En el comedor disponemos de capacidad para dar 75 comidas a la semana, lo que supone una atención a unas 25 personas. Se priorizan los casos más graves, los que están en muy bajo peso vienen más días. Pero de los pacientes que no están usando el comedor hay un 20 % que tendrían que estar haciéndolo, y no podemos darles este servicio que es fundamental para nosotros, porque cuando nuestros usuarios suben de peso se muestran mucho más receptivos, es un primer paso imprescindible para evitar el bloqueo con el que suelen aparecer aquí.

—Entonces necesitan más medios para prestar esa atención.

—No, necesitamos simplemente más espacio. Si tuviésemos un comedor más grande, lo llenábamos. Este local en el que estamos, que nos cedió el Ayuntamiento, es maravilloso. Pero la avalancha de nuevos casos ha hecho que se nos quede pequeño. Contamos con personal, medios y muchas ganas de sacar a nuestras usuarias adelante, pero no tenemos dónde hacerlo.

—¿De dónde viene la gente a la que atienden?

—El perfil es muy variado aunque predominan las niñas. Y muy jóvenes, empiezan con once o doce años. Tenemos gente de toda Galicia y de otras comunidades. Incluso hemos tenido usuarias cuyas familias se han trasladado a vivir a A Coruña durante meses. La asociación es un referente en toda España. Ahorramos muchos internamientos a la sanidad pública. Además es que para este tipo de trastornos faltan muchos recursos, como pasa con la salud mental en general. Nosotros hacemos lo que está en nuestra mano, incluso labor de prevención con charlas en los colegios.

—No debe ser una tarea fácil tratar con jóvenes de esas edades.

—Buena parte del problema está en que socialmente se le dice que está estupenda tras perder peso. Y las redes sociales no ayudan, precisamente. Lo que hay que hacer es reforzar su autoestima más allá de la apariencia física, porque suelen ser muy exigentes con ellas mismas.

—Sorprende que ahora que se hacen carreras populares por infinidad de causas, y dado el perfil predominante en esta enfermedad, no haya más atención social a estos trastornos.

—Es que muchas familias lo llevan en secreto. Continúa habiendo cierto estigma sobre estas enfermedades, algo común a todo lo referente a salud mental. Desde fuera incluso se puede ver como un capricho de las niñas que quieren ser modelos. Nada más lejos de la realidad. Las pacientes sufren muchísimo, se sienten incomprendidas porque no tienen el apoyo social que tienen otras enfermedades y terminan desarrollando un enorme sentimiento de culpa. A una madre de la asociación su hija le llegó a decir que ojalá tuviese cáncer y no anorexia, porque así no sería culpa suya.

«Aquí no llegan enfermos solos, llega la familia entera pidiendo ayuda»

ABAC cumplió 25 años en este 2021. Un sueño hecho realidad que vino a dar respuesta a una realidad que no se conocía entonces tanto como ahora, según cuenta Manuela Naya.

—¿Cómo nació ABAC?

—Todo empezó cuando mi hija enfermó. No encontré una salida aquí y me tuve que marchar a Barcelona, a un centro de día privado, muy caro. Así que me planteé con todo lo que allí aprendí si no se podría hacer aquí algo parecido pero más asequible, al alcance de todos, al no tener ánimo de lucro. Yo era un ama de casa sin más y organicé una reunión en una sala que me dejaron en San Pedro de Mezonzo y se quedó pequeña. Señal de que había necesidad de algo así. La verdad es que si me pusiera a dar las gracias no terminaría nunca por la cantidad de apoyos que encontré de diferentes instituciones, empresas...

—Y han conseguido mantenerse durante 25 años.

—Intentamos que la asociación se autofinancie, aunque nunca lo consigues del todo porque hay que pensar en las posibilidades de todo el mundo. Siempre tuvimos claro que no podía quedar nadie sin atender por un problema de dinero, y para eso tenemos nuestra bolsa de becas.

—Y se ha generado un ambiente familiar en la asociación.

—Es que aquí no llegan enfermos solos, llega la familia entera pidiendo ayuda. Por esa puerta entran llorando todos. Y el trabajo se hace siempre con la familia. Por eso este espacio no es solo un comedor, sino también el lugar en el que los padres pueden encontrar apoyo, comprensión y hasta un rato de sosiego. Esta enfermedad puede destruir a una familia, hemos visto muchos casos, y aquí intentamos echar una mano con todo.