En estos meses los conciertos han ido ganando espacio, a la vez que se cancelaban los montajes con coro y con un sinfín de personajes sobre el escenario, y los cantantes se han ido adaptando a un formato exigente, que los obliga a saltar de un personaje a otro y renunciar a la otra gran dimensión del género junto con el canto. «La parte actoral pesa mucho. Depende del artista, pero en los conciertos a mí me falta, y con la práctica acabas aprendiendo a transmitir y entregarle al público, aunque no haya escena, esa energía que también él necesita», explica la soprano a la que Caballé llamó «la diva del siglo XXI», un título ampuloso que no significa otra cosa que «ser verdad. No las que se hacen las divas, que todavía queda mucho de eso, por desgracia. Una diva lo hace todo desde dentro, lo vive y lo cree, y por eso es verdad», cuenta. Y recuerda otra de las lecciones que recibió de su maestra la misma tarde de su debut en Catania, cantando Norma con Gregory Kunde. «Hubo inundaciones, pasaron todo al teatro y dos horas antes me dijeron que tenía que comprar un traje de concierto. Yo estaba como un flan, era mi debut, llamé a Carlos Caballé lamentándome, porque me había llevado él, y oí detrás a Montserrat: "Pásamela, pásamela". Y me dijo: "Mira, niña, tú hoy ya no eres Saioa, tú hoy eres Norma, así que si tienes que salir a cantar en jeans sales a cantar en jeans. Y yo llorando. "Vale, maestra; vale, maestra". Montserrat me enseñó a pasar por encima de algunas cosas, a dejarlas pasar. Tú tienes que estar concentrada en lo que realmente es tu trabajo que es ser Norma», dice.
Desde el 2018, tras su debut en La Scala, la soprano madrileña es reconocida en todos los teatros del mundo y hoy defiende el trabajo anterior, el riesgo asumido. «Nadie te coge para abrir una temporada en La Scala si no has hecho nada antes», dice. Sueña con hacer «las reinas de Donizetti, Ana Bolena y Lucrezia Borgia» y espera con ganas la Butterfly que interpretará en octubre en Berlín, la ópera que cantó con el que acabaría siendo su Pinkerton y que ayer en A Coruña la llevó a reflexionar sobre la dificultad de sostener ciertos personajes, no femeninos, sino masculinos, maltratadores, «muy rastreros». Y responde Galasso: «Está constatado que los grandes tenores solo interpretaron a Pinkerton un par de veces, cuando eran jóvenes, porque el público trata mal al personaje, tú como cantante lo notas, y es muy desagradable cuando sientes ese rechazo. Pero hay que recordar que el sentido original, cuando se escribió la ópera, fue de crítica y así de debe mantener».