Okupas buenos y okupas malos

A CORUÑA

Emiliano Mouzo

30 abr 2021 . Actualizado a las 15:17 h.

Conocí a unos okupas buenos hace tiempo. Eran un matrimonio portugués. Vivían en la última planta de los edificios hoy restaurados de la calle Santa Lucía. Él hacía chapuzas cuando podía. Ella, limpiezas en los despachos de algún desalmado por cuatro perras de economía sumergidísima. Me abrieron las puertas de su casa provisional. Maloliente, sin agua corriente ni luz. E insegura. Aquel viejo piso que crujía al andar parecía que se iba a venir abajo en cualquier momento. Me explicaban que ya tenían otra vivienda localizada para dar el salto en cuanto los expulsasen de esta. Había dos amenazas. Una, que el propietario los lograse desalojar, no les perturbaba mucho. La otra, que los okupas malos entrasen en acción, les preocupaba más. En otro inmueble próximo se habían instalado unos de esa tipología, echando violentamente a los anteriores moradores. Trapicheaban con drogas, delimitaban su espacio con agresividad y hacían prácticas tan temerarias como hogueras en las viviendas que tenían en vilo al vecindario. No me recibieron tan bien. No pudimos entrar en su casa.

Esto ocurría en el año 2008 y estos movimientos no eran tan visibles en la ciudad como hoy en día. Tampoco alimentaban el debate político polarizado que ahora tenemos ante nuestros ojos, donde solo hay blancos y negros, buenismo y malismo, supuestos intereses empresariales y declaraciones que siguen el hilo argumental del derecho a la vivienda sin matiz alguno. Pero me quedó claro que, permitiendo la okupación, se abría la puerta a la lucha entre buenos y malos gestionada con sus propias reglas al margen de jueces y policía. No es muy fácil adivinar quién gana en ella. Y las consecuencias que tiene. Para los expulsados y para los vecinos que se quedan con el marrón.