Geluca Naya: «Amancio Ortega me aconsejó que nunca vendiese Casa Lola»

Loreto Silvoso
loreto silvoso A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

MARCOS MÍGUEZ

La fundadora del emblemático restaurante de Arteixo repasa una vida de trabajo y anécdotas

18 abr 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

El triunvirato cigalas-merluza-carne asada dominó durante años el cartel de bodas en la comarca coruñesa. Uno de sus referentes estaba en la glorieta del polígono de Sabón, donde reinaba el restaurante que fundó Geluca Naya (Pastoriza, 1932), Casa Lola, en honor a su madre. Aún hoy, los arteixáns siguen refiriéndose al lugar con su antiguo nombre, algo que solo consiguen los clásicos gastronómicos.

-Lola era una gran cocinera.

-Mi madre iba a hacer las bodas a las casas y nunca cobraba.

-¿Cuántas veces las habrán confundido a ustedes dos?

-Muchas veces. Tantas, que yo, al final, ya entendía perfectamente por ese nombre [ríe]. Pero como Lola no quedó ninguna, eh...

-Era muy conocida en la zona.

-Mucho, sí. Le ibas a pedir una cosa y siempre te decía que sí. Ella era de la casa donde nació Manuel Murguía, en Froxel.

-Los inicios fueron en Pastoriza.

-Sí, en dos locales. Un día nos llamó el cura de Pastoriza, que si queríamos comprar el sitio del mesón. «Eu non quero un restaurante nun sitio moi tranquilo», le dije. Y lo sigo pensando. ¡Yo quiero movida!

-¿Por eso se trasladaron aquí?

-Porque empezamos a hacer más y más bodas y ya no nos cabía la gente. Escogimos este lugar porque era herencia de mi madre.

-¿Recuerda la inauguración?

-Sí. Fue el 25 de julio de 1980.

-¿Cuántas bodas habrá hecho?

-No sé. Había todos los sábados y domingos. Cada día dos o tres...

-Tuvieron ojo con el sitio.

-Sí, en la casa de Pastoriza ya teníamos mucha gente de las cajas de ahorros, de la refinería, de Fenosa... Y eso que no teníamos bar.

Los de la refinería siempre querían pala de cerdo.

-Y ya en Sabón siguió el éxito. ¿Recuerda alguna boda especial?

-Muchas. Hasta algún jugador del Deportivo se casó aquí.

-Amancio Ortega era cliente.

-Ortega venía a desayunar todos los domingos. Llegaba sobre las 9. Lo sé porque yo me levantaba para hacer los callos y él sabía que estaba yo a puerta cerrada.

-No desayunaría callos...

-No, se tomaba su café en la esquina de la barra, venía con su periódico y luego lo dejaba aquí.

-¿Y qué comidas le gustaban más a Amancio Ortega?

-Me pedía de los guisos que comíamos nosotros con los camareros. Un día teníamos melgacho y le encantó, por ejemplo. «Cuando lo vuelvas a tener, me avisas», me dijo. Le gustaba comer en la barra.

-¿Le dio algún consejo?

-Sí, cuando murió mi marido, Ortega me aconsejó que nunca vendiese Casa Lola, porque cada año que pasase iba a ganar un millón de pesetas.

-También se reían juntos.

-Un día díxome: «Mucha rabia me da que me inviten a las bodas, porque tengo que ir todo etiquetado y yo así no voy [risas]».

-Se sentía como en casa.

-Y su hija Marta, de pequeña, venía los domingos con tres amigas. Los calamares le chiflaban. Yo nunca trabajé nada congelado. Nuestra merluza era lo mejorcito del muelle.

-Eche la vista atrás. ¿Fue feliz?

-Sí, fui muy feliz, pero se marchó mi marido [a los 59 años] y parece que se te marcha todo.

-Aun así, estuvo años llevando usted sola el restaurante.

-Hasta el año 99. Mis hijos tenían otros trabajos [confitería Mari, famosa por sus larpeiras; ahora la regenta con igual éxito Lucía, la nieta de Geluca].

Especialistas en bodas y comidas de empresa: «En Casa Lola se celebraba la fiesta de los gestores, la de Fenosa, los carniceros... A veces, ya reenganchábamos con el servicio del día siguiente», recuerda Geluca.

La merluza y los callos: «Por San Miguel no dábamos abasto vendiendo callos».

«El secreto de la merluza a la romana es voltearla cuando echa como un poco de leche»

En su cocina no hay cortinas. Lo quiere así para contemplar el movimiento incesante de la glorieta de Sabón. Sobre la vitrina con la cristalería, cinco enormes cacerolas que algún día cocinaron los mejores guisos se rodean de pañitos bordados por esta mujer de 88 años. Geluca Naya, a la que ahora «le aburre cocinar», reside felizmente en el edificio que albergó el mítico restaurante Casa Lola. Ha perdido la cuenta de las bodas que aquí celebró, pero la carpa blanca y los grandes salones están igual que siempre.

-Cuénteme de su madre, Lola.

-Ella compraba patatas para todos los cuarteles de A Coruña. Cuando construyeron la base militar de Monticaño les explicó a los que trabajaban allí que podían plantar sus propias patatas.

-Mandaba más que los mandos.

-Les dijo que ella se encargaría de encontrar quien las sachase, «que había xente alí dabondo». ¡Si hasta le pedían a ella recomendación para hacer la mili en Monticaño!

-Anécdotas tiene usted para parar un tren, Geluca.

-Y hay algunas que no se creen. Un día fuimos a la fiesta del San Froilán, en Lugo. Allí coincidimos con unos madrileños que decían que nunca habían comido una merluza tan rica en su vida como la que probaron en Casa Lola en Arteixo.

-¿Cuál es el truco de la merluza a la romana?

-El aceite bien limpio y caliente y que sea buena. La merluza debe ser de primera calidad.

-El secreto es la buena mano.

-Envuelves la merluza en harina y huevo y la echas a freír; pero non lle andes dando a volta todo o tempo. La dejas freír y cuando eche como si fuera leche por encima, le das la vuelta y listo. En ese momento ya está bien frita la merluza.