Pablo, vecino de A Coruña: «Tuve un bar y ahora acudo a la Cocina Económica, es un bache, pero te señalan»

Mila Méndez Otero
m. m. otero A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

pablo
CESAR QUIAN

Este padre de familia es uno de los nuevos usuarios de la entidad social con la pandemia

03 feb 2021 . Actualizado a las 12:54 h.

Pablo no tiene nada que ocultar, pero prefiere la foto de espaldas, porque es consciente «de que te estigmatizan. Siento que me señalan cuando alguien sabe que recurro a la Cocina Económica de A Coruña». Este vecino del Castrillón de 47 años empezó a recibir la ayuda de este servicio benéfico en noviembre. Le asegura un plato de comida caliente a él y la cena a sus dos hijos los siete de días de la semana. «Uno tiene 15 años y el otro nueve. Desayunan y comen en la escuela», añade.

Su perfil corresponde a ese grupo de la llamada clase media baja que vive al día. Cuando una pieza como el trabajo cae del puzle, todo se desmorona. «Siempre he trabajado. Tuve un bar, después fui camarero y también conductor en Cabify, pero te pagan poco y haces muchas horas. Un accidente hizo que estuviera casi tres años de baja. El juez desestimó la invalidez. Me dijo que había jugadores del fútbol con peores problemas en las piernas que ganaban mucho dinero... Así que fui tirando con mis ahorros y la indemnización, pero todo se acaba», admite.

Los ingresos que entran en casa ahora, y con los que paga el alquiler, son por «chapucillas» que le encargan. «Me apunto a todo, estoy pendiente de las ofertas, pero vas de una empresa de trabajo temporal a otra y los puestos que me proponen son muy físicos. Con mi pierna llena de clavos, no puedo aguantar muchas horas con esfuerzos continuos», argumenta. El covid lo complicado más todo. El paro se ha disparado en el sector en el que tiene más experiencia, la hostelería.

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CESAR QUIAN

Daños colaterales del covid

«Podemos decir que hay dos tipos de usuarios. Los que vienen de una pobreza heredada y están en riesgo de exclusión social, y los nuevos pobres, cuando la frontera entre cubrir y no cubrir gastos es muy fina», explica Pablo Sánchez, el trabajador social de la Cocina Económica. Si en febrero del 2020 estaban en los 200 menús diarios, ahora sobrepasan las 350 entregas, a las que hay que sumar los repartos de comida en los barrios. Las solicitudes se dispararon con la pandemia, sobre todo, por parte de familias. Entre esos nuevos beneficiarios está Pablo.

Está separado y su exmujer trabaja «haciendo casas, limpiando». Para los hijos cuenta con una subvención de 400 euros dos veces al año por estar al cargo de ellos. Hijo de emigrantes gallegos retornados de Venezuela, donde él se crio, hasta ahora, continúa, «nunca pedí ayudas porque siempre tuve trabajo en A Coruña», destaca. Gracias a los servicios sociales municipales en San Diego y a la Cocina Económica, la Cruz Roja le da una tarjeta de 250 euros al mes, durante tres meses, para la compra de alimentos y productos de higiene. Solicitar la risga o el ingreso mínimo vital son dos posibilidades que le han planteado.

Aporofobia

En situaciones de crisis, afloran recelos, como la conocida como aporofobia. Como su nombre indica, el miedo o la fobia a la pobreza y los pobres. «Sé que hay muchos prejuicios, pero a mí me dan igual mientras mis hijos coman. Hay gente que me dice: ‘‘Me contaron que te vieron en la Cocina Económica''. ¿Y qué pasa? Al principio me afectó muchísimo, pero esto es un bache. Lo que necesito es un empleo, en un almacén, de lo que sea. Me desespero por tener un trabajo fijo», reconoce.

«Me apunté al programa Coruña Suma. Hice un curso de nutrición, otro de ayuda a domicilio, y quiero hacer uno de cocina», enumera. Todo indica que el desempleo, es consciente, puede seguir creciendo como consecuencia de la pandemia. Otro de los daños colaterales del covid.