Manuel Martínez Pan: «Nuestros ojos son el tacto, y ahora no podemos tocar a nadie»

A CORUÑA

EDUARDO PEREZ

Con motivo del día de santa Lucía, el delegado de la ONCE en Galicia, arteixán, licenciado en Derecho y saxofonista en una «big band», pide apoyo para los más frágiles, los primeros en caer en tiempos de crisis

13 dic 2020 . Actualizado a las 11:26 h.

Charlamos en una enorme sala de juntas del edificio de la ONCE en el Cantón. Las ventanas están abiertas y los dos llevamos mascarilla. «Con la mascarilla puesta no veo mis pies. Casi no tengo visión, pero me queda un resto visual periférico. Por eso si miro hacia abajo veo mis pies, pero con la mascarilla no porque limita el campo visual. Ya me lo comentaron otras personas invidentes, que les quita autonomía», asegura Manuel Martínez Pan, delegado territorial de la ONCE en Galicia desde hace casi una década. Hoy es el día de su patrona y no lo van a poder celebrar como les gustaría. «A Santa Lucía le pido que podamos seguir ganándonos el pan día a día. En los tiempos de crisis los más frágiles caen. Ojalá salgamos pronto de esta, nosotros y el país. Necesitamos a la sociedad española», reflexiona en un final de año donde las ventas del cupón y del resto de productos cayeron un 33 %. «La ONCE se fundó un 13 de diciembre de 1938 y el primer sorteo fue el 8 de mayo del 39. Desde ese día hasta el 15 de marzo del 2020 no hubo nunca una interrupción. Pero tras tres meses de parón la evolución está siendo mejor de lo pronosticado. Nuestros clientes nos estaban esperando», asegura Manuel, natural de Pastoriza (Arteixo) y de 50 años. «Y subiendo», comenta con buen humor. 

Pérdida de visión

Me cuentan que son cuatro hermanos y que tanto la mayor como él padecen la misma enfermedad, retinosis pigmentaria. «Vas perdiendo poco a poco campo visual. A los 8 años acercaba mucho el libro a los ojos y con 9 empecé el periplo por los oftalmólogos. No me dieron el diagnóstico hasta que tuve 12 años», recuerda. Es padre de dos hijos de 10 y 6 años que «afortunadamente no tienen ningún problema», apunta Manuel, que antes de trabajar en la sede del Cantón lo hizo en las oficinas de Vigo, que fue donde conoció a su mujer. «Sé cómo es todo, aunque notas que vas perdiendo visión. Ver la cara de mis hijos a medida que van creciendo o un paisaje abierto es lo que más echo de menos. También ver las caras de las personas, porque te dicen mucho de cómo son. Y más ahora que ni siquiera puedes tocar a nadie. Nuestros ojos son el tacto. Poner la mano en el hombro de alguien da mucha información y yo en el codo no tengo sensibilidad», analiza. Me cuenta que, en la época adolescente aparcó los estudios y se puso a trabajar en la carpintería de su padre. «Después hice bachillerato y la carrera de Derecho, pero aquella etapa fue muy útil. Y ahora se puede decir que soy algo manitas gracias a aquello». 

Jazz y saxofón

Dirige una delegación que cuenta con 3.800 afiliados y 700 vendedores. «Yo empecé vendiendo el cupón los veranos cuando estudiaba», recuerda. Dice que estos meses se han volcado con los ciegos que viven solos y con los sordociegos, que necesitan una atención diferente. «Veo mucho menos cuando paso al lado de una zona de obras. Lo peor para un ciego es ponerle al lado una fuente sonora. Los días del confinamiento que vine a la oficina no chocaba con nadie. Da más calidad de vida bajar los decibelios de la calle», destaca Manuel, que tiene muy buen oído. Forma parte de una big band y tiene que memorizar el repertorio porque le resulta imposible ver la partitura. «Siempre me gustó la música y toco el saxofón en mis ratos libres. Ensayo con la Savoy Club a las órdenes de José Somoza, Tocamos jazz latino pero con arreglos de big band. Estamos grabando un disco y lo queremos sacar ahora», avanza este tenor primero apasionado del jazz. «Todo se educa. Se trata de tener una melodía en la cabeza y trasladarla al instrumento La música es como una terapia. Te reseteas», asegura. Sus otras aficiones son leer, pasear, salir al monte e ir a tomar algo con los amigos. Dice que su principal virtud es la paciencia y entre sus defectos se queda con dos, «dejar todo para última hora y ser un poco exigente en el trabajo», comenta el delegado de la ONCE. Antes de la despedida me habla de la campaña de recogida de alimentos que tienen en marcha y con la que esperan reunir 111.000 kilos. Siempre el once.