A medida que avanzan los meses, la sensación de aislamiento es mayor en A Coruña
02 oct 2020 . Actualizado a las 11:38 h.Hace unos meses ironizaba sobre la independencia de los coruñeses. Tanto hablar de Cataluña, y Galicia, sin trenes de alta velocidad, sin unas buenas conexiones aéreas, se quedaba más sola que la una. Ahora, a medida que avanzan los meses, la sensación de aislamiento es mayor. Alvedro sin Vueling, Renfe a su bola, y viendo cómo se está poniendo el panorama en cuanto se sale de Pedrafita a los coruñeses, y por extensión a todos los gallegos, solo nos queda mirar unos para otros o enfocarnos en lo que tenemos en el sur. ¡Menos mal que nos queda Portugal! Menos mal que si de pronto a una le entran las ganas de abrirse un poco al mundo, controlando siempre las medidas de seguridad, tiene esa ventana al océano abierto. Porto, como aeropuerto internacional de referencia, es nuestra salvación mientras Madrid siga siendo sitio distinto.
Tendríamos que habernos querido más, estar mucho más unidos, pero durante décadas hemos visto a nuestros vecinos, a nuestros primos hermanos, con el desprecio fronterizo del norte. Portugal, ese país que fala baixinho, ha conseguido sin embargo darnos continuamente lecciones de comportamiento y de convivencia política. Deberíamos entregarnos más a su empatía, a su querencia, a sus boas vibrações y dejarnos de tanto prejuicio estúpido, cuando en realidad tenemos un espejo en el que mirarnos.
A solo un paso, hay otro mundo que nos da la vida y que abre al menos un agujerito de oxígeno, si queremos darnos un respiro. Sin tanta crispación, sin tanta mala baba, sin tanto cacareo, los portugueses han ido construyendo un camino de progreso centrados en el bien común. Nosotros, que vivimos al lado, tenemos la suerte de compartir toda su riqueza y sabiduría. Yo, si la cosa se pone chunga, tiro pa’ Portugal.