Pero luego, fue un buen alcalde. Se encontró un Ayuntamiento en el que no había un duro y consiguió revitalizar la ciudad. Por la vía anímica, por su forma de ser, recuperó los carnavales de Monte Alto, por ejemplo. También le dio un impulso económico enorme, a pesar de las dificultades. A nivel nacional, el franquismo era incapaz de controlar la inflación y los ingresos de los municipios eran bajísimos. Su forma de actuar era: «Se hace, después ya vemos cómo lo pagamos».
-¿Cuáles son los peros?
-No todo en Molina es positivo, lo consideraron muy personalista y mal gestor. Al acabar su mandato, el Ayuntamiento estaba en la ruina, con unas deudas tremebundas, aunque eso sí, las obras ahí han quedado: la avenida que ahora lleva su nombre, impulsó Alvedro, con él se compraron los terrenos de la fábrica de armas, se pavimentó la Ciudad Vieja y la calle Real y se iluminó la ciudad. También se compró la casa Cornide, que en 1962 pasa a Barrié por una subasta y luego este se la regala a Carmen Polo. Franco venía aquí todos los veranos. Durante tres semanas A Coruña era la capital de España. Se hacía un consejo de ministros en Meirás todos los años y Molina trataba que la ciudad estuviera a la altura. Una urbe de 160.000 habitantes no podía aguantar eso, no tenía capacidad económica.