Ángel Campo López: «Durante ocho años dormí en el suelo de la carnicería»

Por Pablo Portabales A CORUÑA

A CORUÑA

Ángel Campo López, de carnicería Campos
Ángel Campo López, de carnicería Campos ANGEL MANSO

El propietario de Campos, la firma proveedora de restaurantes como El Charrúa o Samaná, se puso al frente del negocio con solo 16 años tras la prematura muerte de su padre

13 sep 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Dicen que su materia prima es de las mejores de A Coruña, pero cuando empezó a trabajar de carnicero no tenía ni idea. «Después de cortar mi primer filete le pedí disculpas a la clienta por lo mal que me salió», recuerda Ángel Campo López, propietario de la carnicería Campos de la avenida de Finisterre. Ahora cuenta con una clientela fiel y es proveedor de restaurantes como El Charrúa o Samaná. «Es algo que me ayudó mucho. La gente que va a estos locales a comer carne pregunta por su procedencia. Hice muchos clientes gracias a ellos. Cuando fue la crisis decidí apostar por la calidad y me fue bien», relata. Aunque lleva más de media vida en Galicia, todavía conserva un ligero acento uruguayo y, cuando se pone a hablar, es difícil pararlo.

Su padre era de Valadouro y su madre, que tiene 90 años, de Paiosaco. El apellido paterno es Campo, pero cuando montó en Uruguay el negocio le añadió la ese porque le pareció más comercial. Sus padres, como tantos emigrantes, se conocieron al otro lado del charco y regresaron cuando las cosas se empezaron a poner feas por allá. Ángel tenía 14 años y su hermana 12. Su vida iba a cambiar mucho.

Carnicero por accidente

La familia decidió abrir un negocio similar en A Coruña. «Fuimos a mirar locales a la plaza de Lugo, pero nos parecieron muy pequeños. Caminamos por la avenida de Finisterre y entramos en un café. Nos pusimos a hablar con el dueño y nos contó que se jubilaba y que quedaba libre el bajo», recuerda. En 1985 abrieron la carnicería, pero poco después un desgraciado accidente de coche en Arteixo le costó la vida a su padre. «Ese día íbamos a ir todos con él, pero por distintas circunstancias fue solo», recuerda. Por aquel entonces Ángel dice que era «un bala perdida», pero la muerte del progenitor provocó que «a los 16 años se me acabó la tontería». Siendo un chaval y sin saber nada del oficio se puso al frente del negocio con la ayuda de su madre. Me habla de los carniceros que le ayudaron como José Cameán o Jaime Núñez, entre otros. Fueron momentos difíciles, pero salieron adelante con mucho sacrificio y sin dejar de trabajar un solo instante. «Se nos hacía cuesta arriba pagar el alquiler de un piso, así que pedimos permiso a la dueña del bajo y colocamos una litera y un colchón en la parte de atrás. Durante ocho años dormí en el suelo de la carnicería. Los motores de los frigoríficos nos daban calor. Logramos pagar las deudas y pudimos comprarle un piso a mi madre», relata. «Siempre he ido a más», reconoce.

El secreto de la carne

Tiene 51 años. Su mujer, Rosa, le ayuda en el negocio. Tienen dos hijos de 25 y 19 años. El mayor, Eloy, es enfermero y trabaja en el Clínico de Santiago, y el pequeño, Carlos, estudia ADE en Ourense. «La carnicería me lo ha dado todo. Abro a las nueve de la mañana y cierro a las tres. Como algo y de cuatro y media a seis de la tarde hago el reparto a hostelería. Cierro a las nueve de la noche y, si me queda algo por entregar, lo llevo. Yo siempre pregunto al cliente para que se vaya satisfecho. Me pongo en su sitio», explica. Dice que poco a poco van a ir incorporando más platos preparados porque cada vez hay más demanda. Advierte que hay cosas que nunca se pueden hacer: «Golpear la carne es lo peor. Le quitas toda la jugosidad. Y un filete no puede ir directamente de la nevera a la sartén. El secreto es atemperar la carne y que nunca esté fría cuando la pones en la parrilla», recomienda el experto. Me habla del asado uruguayo y quedamos en que un día me lo preparará en su barbacoa de más de dos metros. «Un asado necesita tiempo. El hueso se va calentando y va haciendo la carne sin prisa», asegura. Así es Ángel, que el poco tiempo libre que tiene lo dedica a hacer algo de deporte. «Antes jugaba al tenis y ahora, como todos, me pasé al pádel. A veces voy a las diez y media de la noche, pero me sienta muy bien», reconoce este carnicero desde hace 35 años que se cogió sus primeras vacaciones hace seis. «Esta Semana Santa íbamos a ir Cádiz, pero pasó lo que pasó. Tengo una familia maravillosa», comenta, mientras me enseña su cuidada carnicería.