Kiyoshi Kurosawa reinterpreta el clasicismo del cine de espías

José Luis Losa VENECIA / E. LA VOZ

A CORUÑA

Denuncia los experimentos con humanos realizados por Japón en Manchuria

10 sep 2020 . Actualizado a las 09:53 h.

Pasó por el Lido Kiyoshi Kurosawa, uno de los pocos grandes nombres de una competición desnutrida por la pandemia y sus efectos sobre la industria. En Wife of a Spy el realizador japonés ofrece una pieza que, en su apariencia, responde a una mimetización valiosa y estilizada del género clásico de espionaje, ambientado en el Japón de 1939: el tiempo en que aún no había entrado en guerra con los EE.UU. pero ya formaba parte del Eje y la atmósfera de represión y paranoia en la búsqueda de traidores era ya irrespirable.

En este contexto, la película sigue los pasos de un hombre de negocios japonés que decide, por voluntad moral, servir como agente de los Estados Unidos. Si este hecho -contado desde la perspectiva de que el personaje es el héroe afirmativo de la historia- es ya una rareza dentro de un país al que aún en el presente le cuesta disociar el patriotismo de lo que fue adhesión a un régimen de actuaciones criminales, Wife of a Spy abunda todavía más en lo insólito desde el momento en el que la causa de esta deserción es la no aceptación de los experimentos médicos que los japoneses realizaban en Manchuria, la región de China que habían ocupado años atrás, como aperitivo expansionista.

Hay que escarbar bastante en la memora del cine de su país para encontrar asunciones como esta de crímenes de lesa humanidad por el régimen imperial de Hirohito. Algo de ello hay en Koji Wakamatsu y -de una manera tamizada- en algún filme de Masaki Kobayashi como La condición humana. Por eso, que en un filme de género Kurosawa tome la decisión de que las aberraciones cometidas en laboratorios del horror con población invadida sea el motivo último de toda la acción dice mucho de su coraje y de su naturaleza de autor irreductible al mercado o las conveniencias.

Además, y como relectura del clasicismo de la puesta en escena, la película está construida sobre un dispositivo de juego del cine dentro del cine, que se inserta en la historia con una sabia naturalidad y que lleva a una conclusión en la que la realidad y la ficción (y el engaño, tan propio del ADN de las tramas de espías) se entrecruzan en un bellísimo acto metanarrativo. Mientras, la guerra termina y un paisaje apocalíptico -un dantesco marco de destrucción con una mujer en la playa- parece remitir a las recientes obras de ciencia ficción de Kurosawa en torno al fin del mundo y las invasiones alienígenas.

Pasa por ser Wife of a Spy el mejor cine visto en la sección oficial hasta ahora (cuando aún faltan Michel Franco o Chloe Zao), y sería intolerable que no tuviese lugar en lo alto del palmarés del sábado.

Cinco hermanas

Frente a esa sutileza de Kurosawa te colocan acto seguido algo como Las hermanas Macaluso y sientes como un colocón de hongo del centeno. O un trago de ayahuasca. Su directora, Emma Dante, quiere contar la vida de cinco hermanas que viven en Palermo de criar palomas. Y estructura su película en tres tiempos: la niñez, la edad adulta y la ancianidad y muerte. Es indescriptible la capacidad de Dante para los subrayados camp, el mal gusto, entendido como valentía (al mostrar a una enferma terminal atragantándose como Gargantúa con pasteles de mascarpone). O las redundancias horteras con música de Satie.

Quiero pensar que la asociación de la tragedia en un accidente de playa con la inacción de una de las hermanas mayores por estar en un sofá amándose con otra joven no es un guiño de lesbofobia. Quizás solo un acto fallido, como en Shame, de Steve McQueen. Vergüenza habría que tener para presentarnos en un festival clase A a estas hermanas, sus mascarpones, sus pinochos, sus despropósitos en vomitona.