El barrio lleva años experimentando con acierto que en la noche de San Xoán es todo un puntal de la romería
25 jun 2020 . Actualizado a las 05:00 h.El covid nos ha puesto entre otros muchos retos este año el de saber dónde se iba a cocer el verdadero ambiente del San Xoán coruñés. Dónde se escondería la esencia de una noche con más meigallo que meiga y dónde, a falta de playa, se montaba el auténtico fuego de la fiesta. Y a la vista estuvo que, una vez más, el jardín se ha impuesto en este tiempo de pandemia. Si las casas con huerta y un terruño con césped fueron las que sostuvieron las hogueras de este verano raro, raro, en Coruña hubo un barrio, el de Los Rosales, que destacó por encima de todos. No es nueva normalidad, porque la última década la juerga ha ido a más en esta zona. Si la noche del 23 se quedó desangelada en un centro con la mitad de los locales cerrados y el espíritu festivo resguardado en unas cuantas parrillas en la zona de los vinos, la romería familiar se armó con mucha más alegría en este barrio. Serán los niños, los padres jóvenes y que el entorno es propicio, pero después del paseo nostálgico por un Orzán apagado, fue llegar a la plaza Elíptica y sentir que Los Rosales se ha aupado como un referente en esta noche única. Con más distancia, con menos aglomeración, pero con la música de siempre, los vecinos montaron sus mesas, sus cenadores, bajaron sus sillas, sus neveras, sus tortillas, sus empanadas y todo su afán en convertir ese parque en un lugar privilegiado para el disfrute, sobre todo, de los más pequeños, que sin peligro alguno corretearon de una punta a otra durante la fiesta.
Se admiten, por supuesto, reclamaciones a esta percepción, pero quitando el buen ánimo de Novo Mesoiro, donde la juventud baila, me temo que Los Rosales lleva años experimentando con acierto que en la noche de San Xoán es todo un puntal de la romería. Ni siquiera el covid ha podido quitarles a los rosaleros este gran mérito.