Salir del armario a los 64 años, ¿«Fuck LGBT»?

Sandra Faginas Souto
Sandra Faginas CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

MARCOS MÍGUEZ

Tal vez esos cobardes que pegan adhesivos homófobos todavía no se hayan descubierto. Pero que lo sepan: todo es posible aún

11 jun 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

No quería darle importancia como a tantas cosas terribles que se perciben últimamente. Quería pasar de alimentar a esta gente extrema que sin pudor exhibe su desprecio al otro. Personas que les llaman negros, moros, maricas o bujarrones a los demás. Gente despreciable que se pavonea con esa supremacía del ignorante. Esas personas que se ven tanto esta temporada, que son primos hermanos de Donald Trump, se esconden también como ratas de alcantarilla cuando se trata de mostrar el odio de manera general. En el cara a cara, o entre colegas y amigotes, son capaces de presumir, pero luego son los cobardes de siempre que agachan la mirada cuando la mayoría los señala. Esos cobardes son los que hace poco hicieron una pintada al lado de La Urbana despreciando a los homosexuales y son los mismos que esta semana colocaron pegatinas en la calle Real y en otros lugares céntricos de A Coruña incitando al odio. Adhesivos en los que se puede leer «Fuck LGBT» y un cuchillo atravesando el lema fueron apareciendo por distintas partes.

Más allá de que las autoridades policiales estén haciendo su trabajo, y más allá de los procedimientos que toquen, me gustaría que de una vez por todas se erradicasen estas actitudes que aún en pleno siglo XXI siguen lastrando a personas como Alberto Catalá.

Él me contó hace unos meses su historia. Me contó cómo hasta cumplidos los 64 años no sabía que era homosexual o bisexual, porque no quería ni siquiera definirse. Pero sí descubrió a esa edad en la que uno cree que solo va a pensar en los nietos (que por cierto él tiene) que no era el que creía que era. «Las personas cambiamos, a veces no sabemos lo que llevamos dentro, yo no lo sabía, no sabía que me atraían otras personas de mi sexo, porque de alguna manera ni siquiera me había expuesto a saberlo», me contó íntimamente Catalá en una conversación delicadísima que tengo grabada, vívida, en el recuerdo.

Alberto estaba casado, tenía su vida, una mujer, una hija, una nieta, y en un proceso de introspección que le llevó muchos años acabó por comprenderse a sí mismo. Acabó por aceptar que el que creía que era, ya no era. Ese tiempo de mirarse en un espejo, analizarse, abrirse, pelearse, llorarse y hasta maltratarse psicológicamente es tan duro, doloroso y desconcertante para algunas personas como él que yo no se lo desearía a nadie. Alberto hoy está feliz, separado, pero mantiene una buena relación con su entorno familiar, aunque ha tenido que resetear muchas cosas. «No cambio mi vida actual por un segundo de la anterior. Para mí no hay vuelta atrás», me confesó. Tal vez esos cobardes que pegan adhesivos con «Fuck LGBT» todavía no se hayan descubierto. Pero que lo sepan: todo es posible aún.