Dora Portomeñe, directora del Remanso: «Pensé que me iba a volver loca»

R. D. Seoane A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

MARCOS MÍGUEZ

Antes de que entrase el virus, se confinó con sus mayores. Setenta días estuvo. «Hemos vivido un horror»

25 may 2020 . Actualizado a las 17:10 h.

Dora está afónica. Ha de ser por tantos vapores inhalados. «¿Yo? Yo vivo aquí, me confiné con ellos, subo en el ascensor soltando un reguero de lejía y bajo dejando otro», contaba hace apenas un mes. Esos ‘ellos’ son sus mayores del Remanso, con los que se encerró el 5 de marzo. Ese día avisó a las familias de que iba a cerrar las puertas para proteger a sus 103 residentes. Ni se imaginaba entonces todo lo que estaba por venir, ni tampoco que tendría que pasar tanto, en tiempo y penas, para verse libres del virus. Dos meses y 10 días después, regresó a casa. «Me sentí extraña... Hemos vivido un horror, pero poco a poco... aunque nunca va ser igual», valoraba ayer.

«El 4 de marzo oí lo del chico de Madrid en el Chuac, y ya me mosqueó», explica con precisión de fechas que, aún queriendo, difícilmente podrá olvidar. Desde el 9 de marzo, en la Claudina Somoza no volvió a entrar nadie. Salvo el equipo de residencias Covid del Chuac y la Brilat para desinfectar. «Si no llega a ser por la gente del doctor Lamelo, por Rodiles, Lariño, por la doctora Expósito... no sé qué hubiese pasado, pensé que me volvía loca», dice de lo que nunca imaginó que pasaría y con diez duelos doliéndole el ánimo.

No puede Dora evitar emocionarse. La mitad de su residencia se contagió. «Me sigo preguntando qué hice mal, que me lo digan, porque no lo sé», pide mientras repasa cada paso dado tratando de anticiparse. «Fuimos los primeros que tomamos medidas, ¿imagínate que no lo hubiéramos hecho?». Enumera que «tenemos mucho personal, un médico 24 horas, que si hay una urgencia viene sean las 3, 4 o 5 de la madrugada, que conoce a los mayores, su historial, los ve y los deriva al hospital con informes completos, las enfermeras pasan visita todos los días..».

Aún así, no había pasado ni una semana y la noche del 15 de marzo, «me llama una trabajadora y me dice que está con su hijo en el hospital, con fiebre, que una profesora del cole había dado positivo». Hicieron test privados y empezaron a aparecer los positivos, también entre los 73 trabajadores. «Empezó el caos», resume la directora Portomeñe.

La mitad, contagiados

Tiene viva la imagen de «ver marchar por la puerta a nuestro médico, Ricardo Cano, fue de los primeros contagiados, él y la supervisora». Aquello la tambaleó, pero encontró apoyo muy cerca. «¡Lo que han hecho aquí los trabajadores!», exclama. «Yo sabía que tenía una plantilla muy buena, saben las familias que es fabulosa, pero con esto… quedándonos solo la mitad, lo que han hecho. Solo tengo agradecimiento para ellos», reitera.

«Gracias y gracias al personal.Sabía que eran buenos, pero lo que han hecho es increíble»

El Sergas repitió test y saltaron nuevos casos. «Fue desolador», resume sobre una situación que amenazaba con dejar sin manos para atender a quienes asustados veían meterse la pandemia en su propio hogar. La ausencia obligada de trabajadores se palió con la ayuda del Chuac. «Me enviaron las listas de enfermería, me han ayudado no sabes cómo para poder seguir adelante, me mandaron EPI, de todo…. si necesitamos medicación hospitalaria, en una hora la tenemos, nos la traen hasta en taxi si hace falta».

Con el equipo covid del Chuac montaron un hospital en una mañana. «Si me lo dicen ahora, no soy capaz, pero en ese momento mi obsesión era desalojar las plantas para que no se contagiasen más», señala. Bajaron las camas, liberaron espacios comunes, fisioterapia, quitaron los muebles y engancharon el oxígeno. Suerte que la residencia se pensó con tomas de gases en todas partes.

Fueron días de «agobio total, yo no podía ni hablar, me molestaba perder un minuto para cualquier otra cosa», trata de explicar Dora, que confiesa que ha llorado mucho «por las esquinas» y a escondidas. No fue fácil tratar a los enfermos y al tiempo cuidar que hubiese personal específico y estanco para los contagiados y los que no, confinar a los residentes en sus habitaciones, organizar cómo darles de comer sin contacto alguno… «Todo es tan nuevo, tan caótico…», describe mientras trata de poner en palabras «el miedo a lo que desconoces», la impotencia, la sensación de que «es como una pesadilla» y el sentimiento de auténtica incredulidad.

Todo esto sin ver a sus hijos, que el Día de la Madre no resistieron más y la felicitaron desde el exterior, y pensando en las familias que no podían estar cerca de sus abuelos. «Es muy duro todo, me queda un sentimiento... Tenían que haberse ido como se iban siempre, pero ninguno se ha ido solo. Aquí _concluye_ también somos su familia».

«Este es su hogar, pero no es un hospital: necesitamos ayuda»

En el Remanso Claudina Somoza no hay dos cuartos iguales. Quienes allí viven crean su hogar con sus muebles, sus libros, sus recuerdos... «Esta es su casa, y sus familias no quieren deshacerse de ellos para nada: llegan llorando porque tienen que tomar una decisión muy dura, ya no pueden cuidar a sus padres como quisieran y tienen que dejárnoslos a nosotros, con apoyo médico las 24 horas», explica Dora Portomeñe. Este tiempo tan amargo le ha permitido ver también la realidad de frases que, asegura, no son hechas. «Somos todos una gran familia, nos están transmitiendo tanto...».

Aún pensando en que «este Ferrari del covid se vuelva un 600», la directora se teme cuánto los va a cambiar lo ocurrido. Además de que «la mascarilla ya se queda como parte del uniforme», piensa Dora que «no sé si habrá tantas fiestas; ¿lo que tenemos que cambiar es no darles un cariño, no acercarnos? A mí no me gustaría que me lo hicieran el día de mañana», lamenta. Tiene más que claro que «las residencias necesitamos ayuda, habrá que hacer protocolos, no sé, mayor conexión con el Sergas, que nuestro médico pueda enviar analíticas, que en lugar de enviarlos al hospital para un cultivo podamos mandarlo desde aquí. Este es su hogar, pero no es un hospital y necesitamos esa ayuda», implora.

Se teme también la directora que el virus ha llegado para quedarse y que, en cuanto pase el verano, a lo peor vuelve. Recuerda además que aún está por ver si quienes lo han pasado tendrán inmunidad. «No quiero ni pensarlo, pero alguien tiene que ayudarnos a tomar medidas. Las mías son de sentido común, separar a las personas dos metros, que mis trabajadoras tomen medidas de protección... pero aún adaptándolas todas hasta ahora no funcionaron. Supongo _concluye_ que algo tendrán que sacar. Yo estoy esperando a saber qué».