No me olvido de los niños que no pueden salir

Sandra Faginas Souto
Sandra Faginas CORONAVIRUS

A CORUÑA

PACO RODRÍGUEZ

Cuesta ponerse en la piel de los padres que ven sufrir a sus hijos a diario. Pero lo cierto es que todos esos niños son nuestros, porque nadie está libre de pasar por una situación así

30 abr 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando el otro día veía todas esas imágenes de los niños corriendo con sus patinetes, con sus bicicletas y con toda esa alegría desbordada en la calle, me dio un subidón. Y preferí obviar enseguida todas las imágenes que infectaban las redes sociales para señalar la irresponsabilidad de un grupo mínimo, que siempre son la excepción, pero que queremos hacer protagonistas. Cuando en realidad los protagonistas toda esta semana son los niños que por fin han podido saltar, correr y jugar como les corresponde a su edad. Por eso no quiero olvidarme ahora de todos esos niños que en Coruña no pueden salir todavía a la calle; los niños que como me contaba el otro día la maravillosa maestra del materno, Laura Lizancos, están confinados doblemente en este momento. Primero porque están enfermos en el hospital, y segundo porque si antes podían visitarlos sus amigos, sus profesores y todos sus familiares, ahora se ven en la difícil situación de solo poder tener a su lado a su madre o a su padre. Nada más que una persona puede acompañarlos en estos momentos duros, que para ellos lo son mucho más. De ahí que todos los que forman parte del equipo de profesionales que los cuidan (médicos, enfermeros, auxiliares, celadores...) y por su puesto su maestra del hospital se hayan volcado, como hacen siempre, con ellos. Para que los niños que ahora mismo no pueden salir a la calle porque están ingresados lleven con algo más de ánimo su encierro, que desgraciadamente en muchos casos, dura muchos meses.

No quiero olvidarme de ninguno de esos pequeñajos que están en el Hospital de Día poniéndose los tratamientos que todos conocemos para poder regresar pronto a su casa. ¡Su casa! Cuando la mayoría queremos salir de aquí, ellos no desean más que poder cruzar algún día la puerta de la suya y reencontrarse con sus hermanos para descansar, cuidarse y disfrutar de los placeres confortables del hogar. No hay como la habitación de uno, el baño de uno, la cama de uno, la casa de uno.

Me decía Laura Lizancos, la queridísima maestra, que cuando ella se acerca a verlos para hablar de lo que les preocupa y para llevarles todo el material que necesitan, se les pone una sonrisa de oreja a oreja, porque ella es la que acerca todo un mundo de posibilidades que en esas circunstancias es lo más parecido a la felicidad. Música, libros, arte, juegos, vídeos... y por supuesto un chat para comunicarse con otros niños que están, como ellos, confinados en las habitaciones del hospital. Cuesta, lo sé, pensar que esa realidad está ahí, cuesta ponerse en la piel de los padres que ven sufrir a sus hijos a diario. Pero lo cierto es que todos esos niños son nuestros, porque nadie está libre de pasar por una situación así. Por eso no quiero olvidarme de ninguno, de todos los niños que no pueden tampoco ahora coger la bici o el patinete y salir corriendo a jugar.