El domingo en que nos fugamos de casa

Luís Pousa Rodríguez
Luis Pousa CORONAVIRUS

A CORUÑA

ANGEL MANSO

También nuestro parque favorito tenía las puertas abiertas. Sir John Moore y los olmos del jardín de San Carlos habían salido de su encierro

28 abr 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Nos abrieron los toriles y salimos todos en estampida hacia el centro de la plaza como si fuésemos miuras dispuestos a embestir el domingo. Llevábamos 42 días estudiando todo tipo de pelis de evasión, así que la fuga de Alcatraz era un chiste al lado de nuestra huida del correccional.

Saltamos a la calle con los peques armados de bicis, patinetes y otros artilugios que el alcaide de la penitenciaría no nos vio fabricar en el silencio nocturno de nuestras celdas de castigo, mientras con una cucharilla íbamos horadando un túnel en la pared y un preso hacía de vigía apostado entre los barrotes, para avisar con un silbido si se acercaba el poli de ronda.

Una vez en la acera, hubo que explicarle a la peque que lo de mantener dos metros de distancia no era entre nosotros, sino con el resto del mundo. Lo del resto del mundo antes era un concepto algo ambiguo, pero desde que vivimos como clarisas la diferencia está muy clara: el resto del mundo empieza en los muros del convento de clausura.

—¿Y la gata?

—La gata está en nuestro lado del mundo.

—Menos mal.

El mar seguía ahí, ronroneando contra la escollera. Caminamos sin salirnos del kilómetro a la redonda (las niñas son muy rigurosas aplicando las reglas), saludamos a los amigos con el mando a distancia y revisamos las crestas de las olas.

Y, al igual que en las pelis de fugas carcelarias, había un botín esperándonos al final de la escapada. No eran dólares de plata escondidos en un cementerio mexicano, sino algo mucho más valioso. Descubrimos que no solo los humanos habíamos sido liberados durante 60 minutos del cerrojazo. También nuestro parque favorito tenía las puertas abiertas. Sir John Moore y los olmos del jardín de San Carlos habían salido de su encierro.

Así que aprovechamos para hacer recuento de caracoles, comprobamos que el eco del callejón del Archivo del Reino de Galicia todavía funciona y jugamos al tres en raya (perdí, claro) arañando la tierra con un palito.

El general Moore, siempre tan educado, agradeció mucho la visita. Se ve que él también echaba de menos los gritos de los niños.

—Una cosa es estar muerto y otra muy diferente estar a muerto a solas.

—Claro.

—Llevo doscientos años en el sepulcro, pero este confinamiento me resulta insoportable.

—Parece mentira.

—A veces la eternidad se hace larga de carallo.

Entonces sonó la alarma del reloj (se terminaba la hora de libertad condicional) y hubo que dejar a sir John con su gloria y sus siglos.