«Vengo a buscar una cama, sin las obras me quedé en la calle»

Xosé Vázquez Gago
Xosé Gago A CORUÑA

A CORUÑA

VÁZQUEZ

El albergue municipal de Riazor cobija a víctimas de la crisis, como Óscar Sánchez, que hoy pierde el piso que tenía alquilado

24 abr 2020 . Actualizado a las 19:04 h.

El tan publicitado escudo social del Gobierno no ha bastado para proteger a Óscar Andrés Sánchez Vinasco, un obrero colombiano con 12 años de experiencia que hoy tendrá que dejar el piso en el que vivía con su mujer.

Nació en 1986 en Armenia, una ciudad de casi 300.000 habitantes, capital del distrito del Quindío, al este de Colombia. Llegó hace ocho meses a España con su mujer. Él tenía dos hijos y ella tres. Como en el caso de tantos emigrantes gallegos, los críos se quedaron al otro lado del charco. Ellos lo cruzaron para trabajar y enviarles dinero. Pero la pandemia ha quebrado sus planes, y han tenido que solicitar ayuda para no quedarse en la calle.

Al principio se instalaron en Barcelona. Les iba bien, recuerda. Después decidieron trasladarse hasta A Coruña porque le había salido una obra aquí. Llegaron el 8 de marzo, y «justo empezó el coronavirus». La reforma para la que vino no llegó a arrancar «por la falta de materiales y otros problemas», luego llegó la prohibición de parte de las obras. Con el sector parado, se quedó «sin ningún ingreso y sin papeles». Fue a la cancillería de Colombia, pero le dijeron que «tenía que esperar, que no podían hacer nada, por el coronavirus. No me dieron ninguna ayuda».

Consiguió alimentos a través de Renacer, pero sin trabajo no puede pagar el alquiler. Ayer salió a buscar ayuda y, orientado por la Policía Local, la encontró en el Ayuntamiento. Pasadas las dos de la tarde llegó al albergue del pabellón de Riazor para «buscar una cama», porque «sin las obras, me quedé en la calle». Es una solución temporal para Óscar Andrés, que quiere trabajar. «Si tuviese un empleo hubiese podido pagar el alquiler», lamenta.

MARCOS MÍGUEZ

El albergue del pabellón

El dispositivo del Ayuntamiento le prestará ayuda, confirmó la concejala de Benestar Social, Yoya Neira, que estaba en el pabellón. Ahora hay 61 personas alojadas allí, y otras diez en hostales con seguimiento de los servicios sociales. En total, el dispositivo ha ayudado a cien personas, desde sintecho hasta camioneros que se quedaron atrapados en España cuando se declaró la alerta.

Al frente están tres funcionarias de los servicios sociales, las jefas de unidad, Teresa, Teté, Regueira y Cristina Vara; y una jefa de servicio, Regla Dávila, que destaca que se ha logrado la inserción laboral de tres personas. Dos hombres, que han ido a la pesca y la vendimia; y una mujer, como auxiliar en una residencia.

Los usuarios cuenta con asistencia médica y comida. Siguen una rutina diaria que arranca a las 8.30 de la mañana, con el desayuno, y termina a las 23.00, tras leer o ver alguna película. Entremedias hay tiempo para el trabajo social y las revisiones médicas, pero también para hacer ejercicio, formarse, participar en actividades programadas, leer o descansar. «El grupo es muy diverso -señala Regueira-, pero la convivencia es muy buena». El mayor tiene 69 años, y el más joven, 19. Hay nacionales y extranjeros, entre ellos musulmanes practicantes y algunos que están aprovechando para mejorar su español. Pero las diferencias no han impedido que se forjen lazos de amistad, y que los roces no hayan ido más allá «de los que pueden darse en cualquier situación de convivencia», dice Vara. El mérito, insiste la concejala Neira, es de las funcionarias, del personal municipal y de los donantes y entidades que están colaborando con el albergue.

La meta para el día después del virus: que puedan reconducir sus vidas

El funcionamiento del albergue, con unos resultados tan positivos, señalan las funcionarias responsables, que la meta ahora es lograr que la mayor parte de sus usuarios puedan reconducir sus vidas cuando cierre, al final de la emergencia sanitaria. La anómala situación provocada por el virus está permitiendo a los servicios sociales y de orientación laboral hacer un trabajo «de 24 horas al día», señala Cristina Vara, lo que facilitará la integración de los usuarios. Ella y Teresa Regueira insisten en lo difícil que es carecer de una red familiar, ya que en ocasiones «acumulan vivencias traumáticas» con consecuencias personales que llegan incluso hasta la muerte prematura. «Estar en la calle en soledad, inseguridad, es como estar en una prisión», explica Vara.