«Imagínanos dando la extremaunción con un equipo protector»

Toni Silva A CORUÑA

A CORUÑA

CESAR QUIAN

Los capellanes del Chuac ofrecen su compañía a todos los enfermos, «compartan o no nuestra fe»

08 abr 2020 . Actualizado a las 10:07 h.

En el Chuac también están siendo jornadas muy complicadas para sus capellanes. «Son días muy duros, tristes, agobiados…», relata Fernando Isorna, uno de los religiosos a los que el COVID-19 dificulta su labor para consolar a los enfermos. «Tomamos muchísimas precauciones, ya es lo que nos faltaba, ser transmisores del coronavirus, ahora bien, te aseguro que fuera de la zona de infectados, el hospital es uno de los lugares más seguros, las labores de desinfección son constantes», explica Isorna. De este modo, el virus ha construido una barrera invisible entre el capellán y los enfermos, a la que se suma otra que Isorna quisiera derrumbar con sus declaraciones a La Voz. «No hace falta compartir una fe para que te acompañe un capellán, también hacemos de psicólogos, el nuestro es un servicio global, no solo religioso, podemos ocupar ese puesto al que por desgracia no permiten a las familias por culpa de la infección», explica el sacerdote, párroco del coruñés barrio de Os Castros. José María Ripoll, David José Rangel y Miguel Ángel Cruz son los otros capellanes en el complejo principal del Chuac. «El COVID-19 nos está llevando a todos a vivir una experiencia dura, son días de mucho sufrimiento y temor -indica Miguel Ángel en un vídeo difundido por la Archidiócesis de Compostela-; el servicio religioso permanece activo, no podía ser de otra manera ante las nuevas circunstancias que tienen que afrontar los enfermos: aislamiento, miedo, incertidumbre». «No somos héroes, hacemos lo que siempre hemos hecho, aunque estos días la tarea resulta más dura y el temor al contagio también nos invade, imagínanos a los capellanes dando la extremaunción con un EPI (equipo de protección individual), debe ser así».

El equipo de religiosos del complejo hospitalario se completa con Pablo Vizoso, sacerdote del Materno, y José Ramón Amor, en Oza. Todos llevan la bata propia de los médicos. «Y no son pocas las veces que nos dicen ‘doctor, ¿me va a dar el alta hoy?’, y entonces les explicas cuál es tu misión allí», dice Isorna.