Chema, el proyeccionista del CGAI

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

MARCOS MÍGUEZ

Recibirá este sábado el Premio de Honra Fernando Rey en la gala de los Mestre Mateo

08 mar 2020 . Actualizado a las 22:43 h.

Si yo fuese Dominic Cummings -el astuto asesor especial de Boris Johnson- y quisiese reclutar a una selecta banda de «bichos raros» e «inadaptados» para la sala de máquinas de Downing Street, no lanzaría el anuncio a través de un blog -como ha hecho el augur del Number 10-, sino que me iría de cabeza a la cola del Centro Galego de Artes da Imaxe (CGAI), en Durán Loriga, y acabaría en media hora con el proceso de selección de personal.

En la fila del Centro Galego de Artes da Imaxe sí que se encuentra uno a tipos con esas «extrañas habilidades» que busca Cummings. Por eso, porque hubo un tiempo en que yo también trataba de ser -sin mucho éxito- uno de esos inadaptados sociales que acudían en liturgia laica a la filmoteca, me he alegrado tanto al enterarme de que Chema, el proyeccionista del CGAI, recibirá este sábado el Premio de Honra Fernando Rey en la gala de los Mestre Mateo en el Palacio de la Ópera. Porque Chema, o sea, José María Rodríguez Armada, es una de esas personas que, desde el anonimato de su cabina de proyección, ha contribuido, semana tras semana, a construir la educación cinematográfica de toda una generación.

La misma generación, como admite el propio Chema, que empezó a descubrir el cine hace ya muchos años no precisamente con las delicatessen del CGAI, sino con las películas del Bud Spencer y Terence Hill y, por supuesto, de Pajares y Esteso. Chema, como todos nosotros, ha pasado sin mayores traumas de los mamporros de Bud y Terence y la tosca seducción de Esteso y Pajares a la sutileza de El sol del membrillo, que un día proyectó para el mismísimo Víctor Erice en la sala del CGAI.

La Academia Galega do Audiovisual, que preside la prestidigitadora de la producción Ana Míguez, acierta de pleno al reconocer el trabajo de Chema, al que todos recordamos no en su oscura atalaya de la filmoteca, sino en la puerta del CGAI, comentando con los habituales cómo ha ido la sesión, en una especie de cineclub de escalera y pitillo de liar que también forma parte ya de la ceremonia de ir a ver una película a Durán Loriga.

A José María Rodríguez Armada, Chema, yo lo veo como uno de los últimos mohicanos de un oficio en peligro de extinción. Pero de eso no voy a escribir, porque el que sabe más de la épica lucha del celuloide contra la digitalización es mi amigo Ignacio Benedeti.

Por eso me conformaré con imaginar a Chema como el heredero de uno de aquellos linternistas ambulantes que recorrían Galicia con sus bártulos a cuestas para ofrecer a los parroquianos sus espectáculos de sombras chinescas, fantasmagorías, poliscopios, panoramas, linternas mágicas e ilusiones de las que tantas cosas nos contaba José Luis Cabo, otro raro sabio del CGAI.