La gris solemnidad de las garzas

Antonio Sandoval Rey

A CORUÑA

Garza real
Garza real A. SANDOVAL

El paso de un águila calzada provoca el pánico entre estas y otras aves de la ría

02 mar 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Está pasando un águila calzada sobre la ría de O Burgo. Todas las aves han echado a volar, presas del pánico. Las gaviotas patiamarillas, sombrías y reidoras dibujan una alta y condensada espiral. Los correlimos comunes vuelan en una nube apretada, que a la vez que cambia de dirección lo hace también de brillo: resplandece con sus vientres blancos, y se apaga con sus dorsos grises.

Las cuatro espátulas que hay estos días trazan círculos amplios, sin traspasar tierra adentro las orillas. Los zarapitos trinadores y los chorlitos grises reclaman con voces que recuerdan alarmas de comercios asaltados en plena noche. Los cormoranes grandes que estaban posados en el borde de la marisma se han echado al agua con prisa desmañada.

Por en medio de tanto sobresalto, las garzas reales, aunque no menos inquietas que el resto de especies, parecen deslizarse por otra dimensión de la zozobra. Con sus alas enormes, mucho más que las del águila, arqueadas al viento, describen un par de vueltas serenas sobre las aguas y se posan las primeras.

Cuchillos dorados

Lo hacen contra la brisa, descendiendo hacia donde está menos profundo como bailarinas descolgándose en el escenario mediante unas tramoyas invisibles. Sus patas extendidas rompen la superficie mientras se posan con flemática elasticidad. Pliegan a continuación sus alas grises, estiran sus cuellos y observan cómo se aleja el águila hacia Vilaboa. A esta luz de la tarde, sus picos amarillos brillan como cuchillos dorados.

Mientras el resto de aves se va convenciendo de que el peligro ha pasado, ellas permanecen ahora muy quietas, como si fijaran detalle a detalle en su memoria, con solemne rencor, lo mal que les ha hecho quedar ese águila calzada. Pobre de ella, parecen rumiar, si alguna vez la tienen a tiro de sus picos... Lo cierto es que son armas mortíferas. Que se lo digan, si no, a los peces de la ría.

Paciencia letal

Para ellas, pescar es con frecuencia un arte basado en la atención y la paciencia. Se sitúan de espaldas al sol, tan quietas como lo están ahora, y aguardan a que les pase por delante una presa. Lo hacen con el cuello un poco recogido, tenso como un resorte. Y cuando deciden que el mújel o la anguila están a distancia segura, es como si los alancearan.

Otras ocasiones, en la bajamar, se aprovechan con las garcetas de los bancos de peces que huyen del acoso de los cormoranes. Otras más, incluso llegan a probar el sabor de algún roedor que se haya atrevido a alejarse demasiado de la hierba.

Cuando las cerca de dos mil quinientas aves que este año invernan en O Burgo han vuelto a posarse, y algunas comienzan a conciliar el sueño, explota de nuevo la algarada. Esta vez el responsable es un halcón peregrino. Las garzas ya ni se inmutan. Saben que no es depredador para ellas. De modo que aprovechan la ocasión y exhiben su indiferencia. Pero su gesto no logra ocultar la indignidad del susto que se llevaron hace un rato. Seguro que siguen pensando en el águila.

De nombre, Frank

Así es como llaman a las garzas reales en el norte de Inglaterra. De allí, así como de otras zonas del oeste de Europa, provienen muchas de las que invernan aquí.

Jóvenes y adultas

Conocer su edad es muy sencillo. Las adultas lucen un más marcado antifaz negro, que además termina en un largo penacho caído sobre su nuca.