«Ahora que tenemos a Diego en casa, ya podemos hablar y pedir Justicia»

Alberto Mahía A CORUÑA

A CORUÑA

MARCOS MÍGUEZ

España había pedido «prudencia» a la familia para que el Gobierno filipino no ralentizase la repatriación del cuerpo y ahora los anima a denunciar y pedir responsabilidades

27 ene 2020 . Actualizado a las 21:17 h.

Cuando a la familia le dieron el golpe más brutal de su existencia anunciándoles la muerte de Diego Bello a miles de kilómetros, con ese dolor del que jamás se librarán, sacaron fuerzas de no se sabe dónde para limpiar el nombre del joven empresario coruñés y dejar muy claro al mundo que se había cometido un asesinato. Con los padres rotos y desolados, su hermano pequeño Bruno y su tío Francisco Lafuente, incapaces de secarse las lágrimas allá por donde iban, asumieron el duro trabajo de pedir justicia. En cuanto les contaron cómo lo habían matado y les expusieron las «inverosímiles» razones que daba la policía filipina, lo primero que sintieron fue gritar a los cuatro vientos que los autores pagasen por ello. Querían que todo el planeta supiera que Diego era otro extranjero asesinado por la corrupta policía de aquel país bajo pretextos espurios. Pero les pidieron calma.

El embajador, como el cónsul, como las autoridades de Exteriores con las que tenían contacto a diario, les hicieron ver que mientras el cuerpo del joven estuviese en Filipinas, lo mejor era permanecer callados. Lo peor en aquellos momentos era que las autoridades del país asiático se tomaran a mal los reproches internacionales y ralentizasen aún más, la repatriación del cuerpo. Así que la familia tragó vientos y mareas para mantenerse en la serenidad que todos les aconsejaban.

Cuando el hermano, Bruno Bello, acudió a La Voz cinco días después del crimen para ser entrevistado, nada más sentarse dijo que «por el momento, no podemos denunciar públicamente que a mi hermano lo asesinaron y que exigimos Justicia. Nos avisaron de que entrar en detalles y pedir castigos para los autores sería una imprudencia que ralentizaría la repatriación del cuerpo».

«Eso sí», advirtió Bruno, «el día que tengamos a Diego en España, no haremos otra cosa que limpiar el buen nombre de mi hermano y exigir a los organismos nacionales e internacionales que investiguen ese crimen y se tomen medidas contra el Gobierno de Filipinas». Explicó que, al igual que les aconsejaron que entonces había que mantener la calma, los animaron a mover tierra y mar en cuanto tuvieran A Diego con ellos.

Ese día llegó. El cuerpo de Diego al fin está en España desde el sábado al mediodía, este lunes se le practicó la segunda autopsia en el Instituto Anatómico Forense de Madrid —la primera se le realizó en Filipinas con presencia de una comisión de Derechos Humanos a petición de la Embajada española— y se espera que llegue a A Coruña de madrugada en coche fúnebre.

Ahora ya pueden alzar la voz todo lo que quieran y más. Nada les ata y lo van a hacer. Por el momento, nadan a favor. Cuentan con la comprensión y ayuda de las autoridades. La Audiencia Nacional asumió la investigación, el asunto llegó al Congreso de los Diputados, también al Parlamento europeo y el presidente de la Xunta, como la alcaldesa de A Coruña les prometieron hacer todo lo que estuviera en sus manos para esclarecer el asesinato. Además, los amigos del fallecido o el mundo del surf, al que era un gran aficionado, se están volcando por completo.

«Ahora que tenemos a Diego en España, ya podemos hablar y volcarnos contra sus asesinos», dice Bruno Bello. No será fácil. Lo sabe. Filipinas está gobernado por un presidente populista que sale en la televisión con un fusil de asalto colgado del cuello, exigiendo a su policía que dispare y luego pregunte. No es un dictador, porque fue elegido nada menos que por el 80 % de los filipinos. Con la única promesa de que iba a acabar con la delincuencia dando alas a la policía para que dispare a matar sin tener que llegar a juicio alguno. Eso provocó, según los amigos que dejó Bello en aquel país —tienen miedo desde aquel día y no quieren identificarse—, que los agentes se volviesen más corruptos. Y por ahí «vino el asesinato de Diego. Aquí creemos que actuaron por encargo de alguien y se inventaron una excusa que nadie puede creerse. Nunca tocó la droga en su vida y, mucho menos, llevaba armas. Por no hablar de que disparase primero a los agentes. Eso es una barbaridad».