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¡Pobre alcatraz!

Antonio Sandoval Rey

PESCA Y MARISQUEO

Sandoval

Estas aves se enganchan con frecuencia en restos de artes de pesca

19 ene 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Llegan las olas empujándose, como ansiosas por aprovechar las rebajas. Veo codazos y pisotones, airadas explosiones de espuma y carreras por la arena antes de que, convertidas en el salado aliento del océano, se internen por las calles en busca de las mejores ofertas.

Desde la rotonda de las Esclavas, con las manos refugiadas en los bolsillos del anorak, disfruto del espectáculo de agua y sonido. La música es susurrante y bronca a la vez. A punto he estado de intentar buscarle una pauta, acaso basada en el ancestral compás de nueve por nueve, ya que la novena ha sido, de siempre, la ola más mágica.

Zambullida desde el cielo

Me ha distraído de tan ameno propósito una zambullida repentina. Justo tras las rompientes, se ha precipitado desde el cielo una silueta tan blanca y aerodinámica como es posible imaginar. Un alcatraz.

Venía de muy arriba, acaso de unos veinte o treinta metros de altura. Ha atravesado el escenario del Orzán igual que una tiza veloz un encerado, y ha culminado su ecuación con un limpio impacto contra la alborotada superficie de la ensenada.

Un trozo de cabo

Según ha emergido del fondo, he comprobado con los prismáticos el resultado de su ataque. No ha pillado nada. Pero no ha sido solo por impericia, ni porque su presa haya resultado demasiado escurridiza. Es que este ejemplar arrastra consigo, a saber desde cuándo, una suerte nefasta. De su pico cuelga un largo cabo que sin duda reduce sus opciones de obtener alimento.

Es mucho más común de lo que podría parecer: a estas aves, las fibras sintéticas de algunas artes de pesca se les enganchan en el pico, o se les adhieren a la lengua exactamente igual que un velcro.

No se rinde. Levanta el vuelo con fuerza, abriendo al viento su envergadura de más de metro y medio. Con unos pocos aleteos está de nuevo en el aire, atento a la presencia de un brillo de escamas bajo las olas. Guardo de nuevo mis manos en los bolsillos.

Gaviotas curiosas

Le siguen varias ruidosas gaviotas patiamarillas, sin duda intrigadas por lo que arrastra consigo. Inteligentes, curiosas y oportunistas, parecen burlarse de él: «¡Con eso pescan los humanos, no nosotras las aves, oh!». La necesidad fuerza la indiferencia: el alcatraz sigue a lo suyo. A ver si tiene suerte en su siguiente lance. Y si, entonces, una de sus acompañantes no le roba la merienda. Que también están a eso.

Veo otros dos alcatraces más. También cormoranes grandes y moñudos, y gaviotas reidoras y sombrías. ¿Será que hay rebajas en las aguas del Orzán?

Cruzo los dedos dentro de mis bolsillos, para desear suerte a ese pájaro: ojalá se deshaga a tiempo de esa cuerda maldita. Es más: ojalá que un día la humanidad seamos capaces de limpiar el mar de tantos residuos de todo tipo como le seguimos arrojando. Harán falta mucha conciencia, mucho esfuerzo y mucha imaginación para buscar soluciones. No bastará con la magia de la novena ola.