Don Andrés y el hermoso oficiar en la arquitectura

óscar pedrós fernández

A CORUÑA

antonio amado

El secretario de la delegación de A Coruña del COAG recuerda al arquitecto recientemente fallecido, en nombre de todo el colegio

02 ene 2020 . Actualizado a las 08:33 h.

Pocas veces se encuentran personas que despierten una opinión tan unánime en torno a su figura. Andrés Fernández-Albalat Lois (1924-2019) se apropiaba constantemente de la acepción positiva de los términos; para él, la jubilación se volvía jubilosa, y así, hasta los 95. Siempre trabajando y escribiendo, sin negarle a nadie un artículo o un prólogo, y sin sospechar siquiera que él nos jubilaría a todos los demás. Y siempre lúcido. Como colegiado número 29 y más longevo, veía como el COAG (que refundó junto a otros compañeros en 1973, tras la escisión del Colegio de León, Asturias y Galicia) crecía hasta casi llegar al número 5.000. Andrés fue nuestro primer decano (1973-1977).

Contagiaba optimismo allá donde iba. También con su arquitectura, que se vuelve comprensible cuando pensamos en lo que supuso ser pionero de lo moderno en los años setenta, con los medios de aquella época y operando en el Finis-terrae. Probablemente el lector no sea consciente de cuánto don Andrés ha sido protagonista en las vidas de los coruñeses. No hay un coruñés de toda la vida que no haya pisado al menos dos o tres de sus edificios. Nuestros padres compraron su primer coche, un flamante Seat, en las maravillosas instalaciones de la avenida de Alfonso Molina, protegidas por el mismo muro cortina que vela el secreto celosamente guardado por Coca-Cola tras la fachada transparente en la planta de Begano; a muchos nos «colaron» en las instalaciones de la Hípica, porque no éramos hijos de militares; fuimos de convivencia al albergue de la Marina de Sada; nuestros hijos siguen aprendiendo en el Conservatorio y la Escuela Oficial de Idiomas o asistiendo a la cabalgata de Reyes bajo el edificio del Club Casino en la Marina; y, con toda certeza, nuestros nietos pasarán los recreos a la sombra de la doble logia del edificio Ocaso que preside la plaza Pontevedra. Es curioso cómo alguien tan discreto ha conseguido formar parte de todos nosotros.

Y como no admitirías una despedida triste, tus compañeros te recordaremos -como tú dirías- «con el optimismo de lo por venir, la alegría de las vísperas y la ilusión que demanda y merece este viejo y hermoso oficiar en la arquitectura».