Aves bajo la ducha

Antonio Sandoval Rey A CORUÑA

A CORUÑA

Antonio Sandoval

Los días de lluvia también son estupendos para salir a observar aves

17 nov 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Aprovechando el temporal de lluvia de esta semana, me he acercado a pasear por la orilla de la ría de O Burgo. Vengo preparado: he traído botas, pantalones y chubasquero totalmente impermeables. También, y esto es aún más importante, esa curiosidad anfibia que, chubasco a chubasco, muchos de quienes aquí vivimos aprendemos a cultivar desde pequeños, a base de las más felices empapaduras.

Aquí estoy, plantado bajo la ducha fría en mitad del paseo marítimo. Como si fuera mi único asidero al mundo, aferro con una mano un paraguas que el viento se empeña en arrebatarme, y con la otra los prismáticos, a la vez encajados en las cuencas de los ojos.

Una pequeña multitud

Lo que observo es la pequeña multitud de aves que aquí vive. Sus cifras crecen a medida que el año camina hacia su conclusión. Dentro de nada estarán instaladas aquí todas las invernantes.

Garzas y garcetas parecen aguantar con inevitable serenidad un fastidioso tratamiento de hidroterapia. Igual de quietas, las gaviotas, instaladas en una lengua de fango descubierta por la bajamar, bien podrían estar esperando un autobús que se retrasa demasiado. Los cisnes, refugiados sus picos bajo sus alas, quizá sueñen con un día de sol. Agujas, chorlitos, archibebes y zarapitos se apiñan en una orilla como un grupo de manifestantes, exigiendo a la marea que se apure en su retirada, para poder comenzar a comer.

Soledad exclusiva

De no ser por toda esta gente emplumada, estaría totalmente solo. Bajo la lluvia intensa, el mundo, la naturaleza, te muestran un rostro muy diferente al habitual, y a menudo fascinante. En zonas muy pobladas como esta, además, los aguaceros te dan ocasión de disfrutar de muchos lugares en absoluta exclusiva.

Mi paraguas se zarandea igual que un perro ansioso de liberarse de la correa. Si le suelto, es capaz de salir volando hacia los cormoranes, tan oscuros como él. O hacia las cornejas y estorninos que buscan lombrices por el prado. A veces llueve tanto que son cientos las gaviotas cabecinegras y reidoras que se concentran en esa misma extensión de hierba. Recuerdo una ocasión en la que, con motivo de una granizada especialmente fuerte, casi todas las aves apuntaron sus picos hacia el cielo a la vez que estrechaban al máximo sus cuerpos, para ofrecer la mínima resistencia a lo que se les venía encima.

Pequeñas máquinas de coser

Quienes más rápido comienzan a buscar pequeños invertebrados según se apartan las aguas son los correlimos comunes. Trabajan igual que pequeñas máquinas de coser, hincando sus picos en el limo con la misma velocidad con que desaparecen las primeras chuches servidas en un cumpleaños infantil.

Pasa ante mí un rayo azul metálico y con un quiebro se detiene en el aire, sobre las aguas, agitando sus alitas con enérgica vivacidad. Es un martín pescador. Se deja caer, rompe la superficie y emerge con un pez. Para comérselo, se posa tan cerca de mí que hasta el paraguas se queda muy quieto, incapaz de romper la magia de este instante.

Plumas impermeables

Las plumas de las aves, además de servir para volar y abrigarse, son impermeables. Eso sí: exigen un encerado casi diario. Para eso está la glándula uropígea, cerca de la base de la cola.

Prismáticos anfibios

En un clima como el nuestro, es muy oportuno intentar conseguir unos prismáticos estancos, construidos de manera que la humedad no penetre en su interior.