Recibimiento con honores y regio homenaje a los duques de Montpensier

Por Xosé Alfeirán

A CORUÑA

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Antonio de Orleáns y María Luisa Fernanda de Borbón desembarcaron en A Coruña en 1852

28 oct 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Él era Antonio de Orleans, duque de Montpensier, hijo del destronado rey de Francia, Luis Felipe. Ella, su mujer, María Luisa Fernanda de Borbón, era infanta de España y hermana de la reina Isabel II. Les gustaba viajar por el extranjero y aprovechaban esas salidas y sus retornos para visitar oficialmente las ciudades españolas. Buscaban adhesiones y homenajes.

Él era un intrigante que, herido por perder la posibilidad de ser rey de Francia, acariciaba la idea de poder ser rey de España. Quería forjarse una imagen regia ejemplar y con sus regalos y limosnas conseguir apoyos para cuando surgiese la ocasión de presentarse como salvador de la monarquía frente a la torpe gestión de Isabel II. A ello también contribuían las crónicas que narraban y exaltaban sus visitas.

Año Santo

Ahora regresaban de Inglaterra y visitarían Galicia. 1852 era año santo compostelano y la infanta quería estar en Santiago durante la fiesta del Apóstol, haciendo la ofrenda como delegada regia. Sería un gran acontecimiento, pues hacía más de siglo y medio que ningún miembro de la realeza pisaba Galicia. Inicialmente estaba previsto que desembarcasen en A Coruña, pero el deseo del duque de conocer los arsenales hizo que arribasen a Ferrol. El 19 de julio, ante la sorpresa de los ferrolanos, el vapor Isabel II, buque en el que viajaban, atracó en su ría. Estarían dos días.

En A Coruña tenían preparado el recibimiento. El 21, a las cinco de la tarde, con cielo claro y mar tranquilo, el vapor Isabel II pasó por delante del empavesado castillo de San Antón. Sonaron las campanas y los tiros de cañón, mientras la multitud esperaba en la ribera. Poco después, los duques se dirigieron a tierra en una falúa engalanada. Desembarcaron en el muelle que existía delante de la Aduana (hoy es la Subdelegación de Gobierno), donde fueron saludados por las autoridades.

Los periódicos nos dicen que ella llevaba un vestido verde con flores blancas y mantilla y él vestía de negro, que iban acompañados de sus dos hijas pequeñas y que correspondían con exquisitez a las atenciones recibidas.

Después subieron a una elegante carretela y, precedidos de un numeroso cortejo en el que iban comparsas de labradores y marineros, recorrieron las calles. En la de Acevedo (hoy Real) pasaron bajo un arco de la victoria, obra del profesor de dibujo Benito Diana, construido por el Circo de Artesanos.

Danzas y fuegos

Media hora más tarde llegaron al Palacio de Capitanía, redecorado y alhajado por el ayuntamiento con aportaciones de muebles y objetos de las principales familias de la ciudad, donde se alojarían. A las nueve hubo besamanos, mientras se iluminaban casas y barcos y en las calles se danzaba y había fuegos.

Al día siguiente, fieles a su estrategia de visibilizarse, el duque visitó la Maestranza y más tarde ambos fueron a un Te Deum en la Colegiata, al Hospicio, pasearon por las afueras y acabaron en el Teatro (hoy de Rosalía de Castro), donde el precoz y genial violinista, el niño Martín de Sarasate, ejecutó una fantasía. El 23 partieron hacia Santiago, dejando a unas élites encantadas.