Sandra Pérez: «Soy una hostelera de tacones, escote y con un puntito macarra»

A CORUÑA

MARCOS MÍGUEZ

Montó IngooCo en solitario tras abrir antes La Granera con cuatro socios

14 oct 2019 . Actualizado a las 20:33 h.

Es transgresora. «Sí. En mi estética, mis locales, en mi vida… No soy muy de seguir cánones establecidos», reconoce Sandra Pérez Álvarez. «Lo menos original que tengo son mis apellidos», afirma mientras se quita la chaqueta roja de su traje. «Soy muy de colorines», dice. En el local que acaba de abrir se percibe el gusto por el color de la dueña. Lleva un tatuaje en el cuello. «Significa mujer en el idioma japonés Kanji. Aquí (me enseña el brazo derecho), tengo otro escrito con letras árabes, y en la nuca (se gira en la silla) llevo escrito Seda, por la novela de Alessandro Baricco. Me impactó en un momento de cambio en mi vida y por eso me lo tatué», confiesa. Me habla de sus vicios confesables: «Las tortitas, la cocina mexicana, la michelada y esquiar». Y se atreve con uno inconfesable: «Todo lo que pase en una tienda de campaña en un Resurrection Fest», afirma sonriente. Le digo que es una mujer muy atractiva y se pone colorada. «Aunque lo que me más me gusta es trabajar de cara al público soy muy vergonzosa. Todo el mundo se cree que ligo un montonazo, pero no. Creo que me ven como una persona pija y seria, pero soy muy divertida. Cuido mi imagen, pero tengo mi puntito macarra, transgresor. Soy una hostelera de tacones y escote», sentencia. Son las cinco y media de la tarde y se respira un maravilloso y cosmopolita ambiente en IngooCoo, el negocio de Sandra.

El garaje «loft»

Desde luego que todo lo que me cuenta se sale de lo habitual. «Veo mi coche desde la cocina de mi casa. Reformé un garaje que era un taller mecánico y lo convertí en un loft», explica. Es madre de dos niñas de 9 y 8 años que adoptó en Hungría. «Se llaman Adriana Reka y Capri Zsaklin porque les mantuve el nombre que tenían allí», apunta. Cumple 37 años a final de año y es natural de Verín. «Viví en otros sitios, pero siempre me gustó A Coruña. Empecé en moda en la tienda de Caramelo en El Corte Inglés y después pasé a coordinadora de tiendas de esta marca. Pero se me cruzó la hostelería en mi camino», relata mientras en el local sigue entrando gente. Me cuenta que su pareja decidió montar un negocio en Verín y se fueron para allí. «Nos fue tan bien que nos vinimos para aquí y con cuatro socios abrimos La Granera hasta que decidí emprender un camino en solitario donde poder transmitir mi filosofía y darle personalidad», analiza.

Desayunos todo el día

Desde el verano ocupa el precioso bajo que fue el Continental. «El local tiene mucho potencial. El nombre quiere decir In good company y refleja lo que yo quiero hacer. Un sitio donde puedas desayunar a cualquier hora del día. Todos los postres los hace aquí Javier Cancelo. La música que suena es una lista nuestra de Spotify que vamos cambiando a lo largo del día. No tenemos televisor. Vamos a hacer exposiciones, presentaciones de libros... En mi negocio hago lo que me da la gana», dice de manera contundente. Dice que las abuelas de la plaza de Lugo «son mis mayores fans». Reconoce que es muy culo inquieto. «Hay muy poca gente que me pueda seguir el ritmo». Asegura que su principal virtud es ser generosa y como defecto señala: «Soy muy mandona». Los domingos hace cantidad de planes con sus hijas y, durante la semana, «lo que más disfruto es trabajando», explica. Me enseña las nuevas cartas que está diseñando. Los desayunos llevan nombres de compositores. «Todo está pensado, no es algo que saqué de la Wikipedia. Goya es una apuesta clásica, Rubens es un desayuno muy goloso...». Dice que lo que más triunfa son las rebanadas de pan brioche con azúcar glas y la tostada de calabaza con queso azul. Nos despedimos. Tengo la sensación de haber estado una hora en good company.