Más de 20.000 euros entre Picavia y el Agra

alberto mahía A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

Marcos Míguez

Los vecinos del Ensanche casi cuadruplican la renta de los del barrio más «pobre»

13 sep 2019 . Actualizado a las 09:57 h.

Los vecinos del Ensanche ingresaron el año pasado una media de 29.000 euros. En ningún lugar de Galicia ganan más dinero. En el otro extremo están los que viven en el Agra del Orzán, donde las rentas van de los 10.000 a los 7.000. La diferencia se nota en sus calles y lo certifica el Instituto Nacional de Estadística, que acaba de publicar la distribución de renta por hogar y por persona en función de la sección censal donde viven para los municipios con más de 500 habitantes. La Voz visitó ayer ambos barrios para conocer como son unos y otros.

En la calle Picavia no se encienden puros con billetes pero casi podrían. La renta media de los que ahí residen es de 29.364 euros anuales. Es pequeña. Bastan 104 pasos para recorrerla de punta a punta. A ambos lados se levantan 16 edificios. Los de la derecha de 7 plantas y los de la izquierda, decimonónicos y con las típicas galerías coruñesas, de tres. Con portales donde podría comerse en el suelo y de los que cuelgan lámparas del tamaño de un apartamento.

MARCOS MÍGUEZ

Alquilar un local comercial en esta calle supone un desembolso mensual que ronda los 3.000 euros. A día de hoy solo uno está disponible. Tiene 180 metros cuadrados y el dueño pide 2.700. El que quiera comprar ahí un piso que sepa que va a tener que tener cerca de un millón de euros. Si lo que se quiere es alquilar, la renta va de los 650 a los 2.000, según constatan las webs inmobiliarias.

Por la calle caminan señoras de peluquería casi diaria y que compran en tiendas donde un pantalón alcanza los 600 euros y un abrigo los 1.500. O contratan viajes de lujo y personalizados en la agencia Embajador.

Los negocios de la calle Picavia, como en el resto de la zona del Ensanche, son distintos. En sus cafeterías se puede degustar cafés de cualquier rincón del planeta, los vasos cuelgan del techo, al fondo cuentan con terrazas que simulan junglas tropicales y atienden camareros de punta en blanco. Hay tres y todas con terraza, donde los clientes parece que van de boda.

La calle está siempre limpísima. Ni un papel, apenas alguna colilla. Y en sus edificios solo se ven grandes oficinas o empresas que no se ven en otros barrios de la ciudad, como un estudio de interiorismo, Sanitas, Repsol o grandes despachos de abogados. «La verdad es que es una zona estupenda para vivir. Estamos en el centro de la ciudad, no hay delincuencia y tenemos todo lo que necesitamos solo con bajar en el ascensor», comenta una vecina que no da su nombre porque en la calle Picavia casi todos prefieren vivir en el anonimato. Quien lo da es Alfonso Guerra, que nada tiene que ver con el político y sí con la ingeniería. Está jubilado y vive en esta lujosa vía desde 1992. «No me iría de aquí ni por la mayor mansión del mundo frente a una playa paradisíaca», dice. Del garaje de su casa solo salen cochazos. Y en superficie solo cuentan con 8 plazas, -tres de zona azul y cuatro de residentes-. Tampoco es que la necesiten, pues «tienen dinero de sobra para pagar aparcamientos privados que cuestan, en algunos casos, más de 250 euros al mes», según desvela un camarero de la zona.

No hay un zapatero remendón ni quien te zurza un calcetín. Los establecimientos que están a ras de calle son tiendas de alta moda, una farmacia, dos ópticas, un centro médico privado, tres cafeterías y una agencia de viajes. Punto. Y si se dobla cualquier esquina ahí están todas las filiales de Inditex y un mercado, el de la plaza de Lugo, donde los besugos parece que salen del mar con el limón en la boca.

 Un crisol de nacionalidades

Así es la calle Picavia y sus alrededores. Y así es como no es el barrio del Agra del Orzán. En sus calles se encuentran las rentas más bajas de la ciudad. Las más altas apenas superan los 10.000 euros. La más baja, en la zona de las conocidas como casas de Franco, apenas asciende a los 7.761 euros.

Es un barrio construido en los sesenta y setenta. «Yo recuerdo cuando no existía la calle Barcelona. En Entrepeñas acababa la ciudad y empezaba el campo», cuenta una mujer de 87 años que vino de Cerceda. Porque el Agra nació y creció por la gente que cambiaba sus pueblos de Galicia por la gran ciudad. En sus primeros tiempos se contaban los negocios con las manos y hoy no hay un edificio sin un bajo comercial. Entre 400 y 1.000 euros mensuales de renta. Los pisos, desde 200 ya se pueden encontrar. De ahí, a 600.

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El corazón del barrio es la plaza de las Conchiñas, su único parque. Es un cóctel de vidas. Mamás con sus bebés, niños, perros sueltos, ancianos, inmigrantes, matrimonios y jóvenes marginales se reparten el breve terreno. Este ejemplo de convivencia, asústense, se da en un pequeño espacio de ocio que atiende a una población de 40.000 habitantes. Es por eso que el barrio se llena de razón para pedir un parque en los jardines del Observatorio.

El Agra, además de ser el barrio de la ciudad más densamente poblado (617, 7 habitantes por hectárea), acoge la mayor diversidad racial. Los peruanos, como los colombianos, argelinos o senegaleses animaban a los suyos a venir. No ya a la ciudad, sino a su barrio. Y así fue como creció la colonia extranjera en el Agra. Hoy en día son 2.195. Uno de cada diez vecinos nació fuera de España.

«La inmensa mayoría de los inmigrantes son muy buenos y trajeron vida al barrio»

Atodo el mundo le gustaría llegar a los 91 años como lo hizo José Rodríguez, que tiene la mente y el cuerpo de un chaval. Solo lleva 20 años en el barrio, concretamente en la avenida de Finisterre, donde compró un piso junto a su mujer, recientemente fallecida y de la que habla sin parar y llora, tras regresar de la emigración. Se fue joven a Argentina después de dejar de jugar en el Fabril, y aunque le fue bien, dice que «América para los americanos». Cuando llegó al barrio no había tanta inmigración. El bum llegó poco después y José Rodríguez está encantado. Porque dice que «la inmensa mayoría de los inmigrantes que viven en esta zona son muy buenos y trajeron vida al barrio». Lo peor, añade, es que «unos pocos se dedican a cosas feas». Dice que le entristece que por culpa de una minoría «haya gente que los meta a todos en el saco». «Es una maravilla ver tantas culturas conviviendo», concluye.

«El gran salto que revitalizó la zona fue la reforma del mercado de la plaza de Lugo»

Óscar Regal comenzó a trabajar en la calle Picavia en 1992, en la agencia de viajes Embajador. Por tanto, sabe muy bien lo que era antes la zona y lo que es hoy. «Muy distinta». No es que antes estuviese mal, sino que tenía mucha menor vida que la que goza a día de hoy. Recuerda que cuando decidieron abrir el negocio en la calle Picavia se lo pensaron dos veces, pero terminaron haciéndolo «y con el tiempo no pudimos tener mejor elección». Al principio, la vía «no destacaba por su belleza. Era una calle como otra cualquiera del centro, pero llegó la reforma de la plaza de Lugo -inaugurada en el 2006- y todo cambió a mucho mejor. Fue el gran salto que revitalizó la zona y la que nos ha dado tanto; si bien he de reconocer que los meses de las obras fueron críticos». Viajes embajador tiene a sus vecinos como principales clientes, «gente que quiere un viaje de lujo, personalizado».