Pese a todo, Galicia no sufre ninguna epidemia conyugal

Bermúdez de Castro ABOGADO DE FAMILIA

A CORUÑA

22 jul 2019 . Actualizado a las 08:50 h.

CAllá por los años 80 un viejo propietario de un tanatorio gallego echaba la culpa de que su negocio no fuera todo lo bien que debiera a una supuesta «epidemia de salud» que planeaba sobre su comarca. Según la Sección de Estadística del Consejo General del Poder Judicial, y siguiendo con la terminología del empresario arriba citado, Galicia no sufre ninguna «epidemia de amistad conyugal». Más bien todo lo contrario. Los divorcios consensuados, respecto al año pasado, han aumentado un 34,7% y los no consensuados lo han hecho un 36,3%.

¿Cuál podría ser el motivo de que estas cifras sean las que son? Indudablemente la huelga de funcionarios de Xustiza de 2018 ha tenido mucho que ver. Varios meses sin tramitarse procedimientos judiciales provoca que estos se resuelvan un año después. Y ahora es cuando toca atender todos aquellos asuntos que han quedado paralizados durante los meses del paro en la Justicia, de ahí que nos hayamos encontrado en el primer trimestre de este año con un incremento tan significativo.

También el hecho de que la devastadora recesión económica sufrida años atrás empiece a ser pretérito, aunque sea imperfecto, anima a las parejas a quienes les resulta imposible seguir conviviendo a romper ataduras. Divorciarse resulta caro ya que a partir de ese momento no hay economías de escala que valgan. Las nuevas generaciones han crecido con la cultura del divorcio instalada plenamente en España y no actúan con las reservas que lo hacían sus padres en 1981 con la aparición de la conocida como Ley del divorcio.

Se casan y si la cosa no marcha visita al juzgado. Afortunadamente, pues nada puede haber más frustrante que verte obligado a convivir con alguien con el que no te entiendes. Incluso para los hijos menores es mucho menos traumático un buen divorcio de sus padres que un matrimonio mal gestionado. Un error la decisión de muchas parejas de no divorciarse hasta que los hijos sean mayores.

Estos progenitores cargados de buena voluntad no reparan en el mal ambiente que tienen que soportar sus hijos durante toda su infancia y que se podía haber evitado mucho más civilizadamente.