El fuego se lleva la memoria de papá

Toni Silva BETANZOS / LA VOZ

A CORUÑA

CESAR DELGADO

El incendio de Betanzos destrozó la habitación de Nerea. Ella solo llora los recuerdos y las fotos de su padre fallecido

30 dic 2019 . Actualizado a las 19:36 h.

El día que Sito murió en accidente de tráfico le regaló una muñeca a Nerea, su hija de apenas un año. Era una muñeca de trapo y con las extremidades de plástico, tocada con un vestido azul marino salpicado con siluetas de ositos. Hablamos de esa muñeca en pasado porque se desintegró el pasado sábado en el atroz incendio de A Ribeira.

La habitación de Nerea, una joven de 16 años, fue la zona cero de un fuego que tuvo a sus vecinos con el corazón encogido. Pero los incendios no se acaban cuando los bomberos recogen las mangueras y dejan el edificio en medio de una corriente de aire. Nerea ha perdido todo lo que guardaba en su habitación. Le da igual la tableta. Al carajo el televisor o la Xbox. ¿La ropa? se puede comprar otra. El próximo colchón puede ser incluso mejor.

«Pero las fotos de mi padre… y esa muñeca». Habla siempre con la mirada perdida, como si buscase dentro de sí esos recuerdos que el fuego se llevó para siempre. «Dos de él las tenía en cuadros, y otras en carpetas que también ardieron». Igual que la muñeca que su padre le entregó horas antes de dejarse la vida en la autopista en noviembre del 2003, junto a su hermano, de 16 años, y otro amigo. «También he perdido un vestido que me regaló mi abuela». Tenía tanto valor para ella que es justo tomar acta de sus características para la posteridad de la hemeroteca: «Era verde y tenía un lazo negro». Y esa misma abuela, ya finada y en cuya casa se han instalado la familia hasta que se repare la incendiada, le donó también otra ropa propia que Nerea guardaba como un tesoro. Si, también hablamos de él en pasado. La habitación de la joven es una gran caja negra. Cuesta reconocer los marcos de los armarios empotrados. Parecen cortezas de árbol, como si el fuego quisiera despojarle de todo el tratamiento artificial y devolverle a su estado original. Aquí se camina con dificultad. El somier se reconoce con sus muelles tiznados de marrón. Y poco más. Un gran tablero ciega la ventana por la que hace días se escapaba la lengua de fuego recogida en cientos de teléfonos.

Desde el día del incendio, su madre, Raquel, recibe constantes mensajes de cariño de la comunidad escolar del Vales Villamarín, colegio donde trabaja. Su pareja y su otro hijo, Lito y Álex, intentan transmitirle la fuerza necesaria a esta mujer ya muy vapuleada por la vida. «Es volver al punto de partida y arrancar de nuevo», resume Lito, un popular hostelero de A Ribeira, con quien Raquel rehízo su vida hace varios años.

Nerea, pese a su mirada triste y perdida, también está en esa onda de no dejarse derrotar. «Voy a intentar conseguir esas fotos de algún modo, alguien tendrá fotos de mi padre, seguro», dice la joven. «Y hablar de él también es una forma de revivirlo, ¿no?». Se llamaba Alfonso Abruñedo, y todos lo conocían como Sito. Murió con 28 años.