¿Somos de barrio en Instagram?

Antía Díaz Leal
Antía Díaz Leal CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

MARCOS MÍGUEZ

24 abr 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

En redes sociales como Instagram vive una Coruña paralela. Con sus coruñeses virtuales, sus museos, sus tiendas, sus restaurantes y sus bares. Se nos ha subido al carro instagramer hasta el pescadero.

 Me lo cuenta una amiga que ha descubierto la pescadería a la que hay que ir si quieres un like. Además de unos salmonetes preciosos. Curiosamente, descubro que recibe aplausos virtuales de media docena de locales que sigo yo también. Que a su vez reciben los likes de blogueras coruñesas y de amigos que comen, compran, pasean y tapean en los mismos sitios que yo.

Resulta curioso comprobar cómo reducimos nuestros dos universos, el real y el digital, a los mismos entornos que ya conocemos. Reviso la lista de perfiles que sigo en Instagram y descubro que un buen puñado están a una manzana de mi casa. Va a resultar que somos de barrio, en el asfalto y en las redes, pero de barrio. Somos animales de costumbres y nos gustan los escaparates de este lado de la vida... y del otro también. Como Alicia atravesando el espejo, en vez de cruzar la calle tanteamos al otro lado de la pantalla para ver qué se cuece a 500 metros de nuestro portal. Y cuando lo que atravesamos es la puerta de esa tienda de decoración, tenemos la sensación extraña de que ya hemos estado allí, de que ese sofá, esa lámina, esa maceta, ya los habíamos visto. Una sensación familiar como la de pedir ese bao de cocido y pensar que lo hemos visto en un par de stories de alguien a quien seguimos. ¿Es que todos pedimos lo mismo o es que solo seguimos a quien pide lo mismo que nosotros? Vamos a sospechar que lo segundo... hago la prueba: si tecleo simplemente «pes» en el buscador de Instagram, el primer resultado es el puesto en cuestión de la plaza de Lugo del que me habla mi amiga. Allí luce un pargo reluciente, seguido de los likes de una tienda en la que la semana pasada escogí un jersey.

Uno de mis abuelos recorría las ciudades que no conocía cogiendo cualquier ruta de bus hasta el final. Luego la deshacía andando. Así veía barrios que de otra forma no habría ni olido. Podríamos hacer lo mismo cuando buscamos cuentas en Instagram, deshaciendo el camino habitual y desafiando a los algoritmos que saben que si una vez le di a me gusta en la tienda del jersey, es posible que acabe comprando una merluza en esa pescadería. ¿Y si hubiese un punto en el que pinchar para pedir que nos recomienden que nos vayamos justo a ese sitio que nunca seguiríamos, porque nadie lo sigue en nuestro entorno? Una especie de cookies a la inversa que nos sacasen de nuestro barrio. Sea esa zona de confort Monte Alto o la pantalla de la tableta.