Valle García: «Abelenda tenía una paleta con la que era capaz de dominar todos los estilos»

FErnando Molezún A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

CESAR QUIAN

La comisaria de la muestra «Yo, Abelenda» asegura tener una sensación agridulce porque el pintor no llegó a inaugurar su retrospectiva

15 abr 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

El pasado día 11 fallecía uno de los más grandes artistas que han pisado las calles coruñesas, y por este puerto de mar han pasado unos cuantos. Pero Alfonso Abelenda iba más allá, entre otras cosas, porque había conseguido crear un monumento al arte insuperable, que era él mismo. Ese sinfín de experiencias vitales que contaba con su voz de trueno jalonaban de manera magistral una obra inabarcable tanto en cantidad como en calidad. De la compleja misión de intentar resumir en una exposición una carrera como la suya se ocupó Valle García, comisaria de la muestra Yo, Abelenda que puede visitarse en Afundación hasta el 8 de junio.

-La idea de dedicarle una retrospectiva a Abelenda surge mucho antes de su muerte.

-Sí. Fue el otoño pasado cuando nos propuso Afundación hacer una gran retrospectiva sobre su obra. Se lo comuniqué inmediatamente a Alfonso y le encantó la idea. Estaba emocionadísimo. Además, la anterior había sido en 1999 en el Kiosco Alfonso, así que se cumplían veinte años. Él mismo decía que ya le iba tocando, que había hecho muchas cosas en este tiempo. Así que empezamos a trabajar juntos sin sospechar que no llegaría a ver la exposición montada. La hemos inaugurado sin él, y eso me deja un sabor agridulce. Pero también es cierto que tenía que hacerse para ver si se coloca a Abelenda donde se merece.

-El título, «Yo, Abelenda», es rotundo. Como él.

-Lo escogió el propio artista. Y nosotros lo apoyamos porque representaba lo que queríamos contar, sin necesidad de inventarse nada. Porque no solo queríamos mostrar al pintor, sino todas las facetas de ese personaje poliédrico que fue Alfonso, como deportista, humorista y un sinfín de cosas más que terminó plasmando en su obra.

-Era de esos artistas cuya personalidad supera a su propia obra.

-Sin duda. Era un personaje único, con una sorna y una ironía inteligente como muy pocos tienen. Todo esto independientemente de su gran creación artística. Le he visto trabajar y era imposible comprender de dónde salía todo eso. En el 2012 hizo un mural conjunto con Correa Corredoira, y no empezaba a pintar, dejaba pasar el tiempo, iba, venía... Y de repente un día, a primera hora de la mañana, coge el carboncillo y sin levantarlo del lienzo trazó todo su dibujo sin necesidad de corregirlo. Correa le preguntó cómo lo hacía, si se lo traía pensado de casa. Alfonso le respondió con su voz grave: «Pero si es muy fácil, tu empiezas por un punto y después sigues y ya está». Tenía una facilidad única. Nunca perdió la rapidez de su época como humorista en La Codorniz, con esos giros de cintura increíbles para esquivar a la censura.

-Cuesta clasificar su obra.

-Parece que tenía una paleta con la que era capaz de dominar todos los estilos, del realismo al expresionismo hasta casi llegar a hacer fauvismo en alguna de sus obras o abstracciones absolutas. Tocaba todos los palos de la plástica pictórica pero siendo siempre Abelenda. Y no en distintas épocas, lo hacía de manera simultánea.

-Eso se ve en la exposición.

-No queríamos hacer una exposición cronológica, sino temática. Como siempre fue yendo y viniendo entre estilos, sin tener épocas diferenciadas, preferimos fijarnos en los temas recurrentes que iban surgiendo en su obra. Los retratos, la ilustración como punto de partida; su relación con el Museo del Prado y la infinidad de veces que pintó y repintó a Velázquez, Goya o Zurbarán; los bodegones y su interés por Picasso y Juan Gris; el proceso pictórico y la abstracción; el erotismo, tan relevante en su vida y su obra, y la relación que tiene con la muerte, en este caso representada por la tauromaquia; y por último el paisaje coruñés, con su obsesión con el Parrote y la Marina.

«Su carácter jugó a menudo en contra del reconocimiento de su obra»

La labor de recopilación de las más de cien obras que se exponen en Afundación no fue una tarea fácil. Valle García sabía lo que quería mostrar, pero lo complicado fue dar con el paradero de muchas pinturas.

-¿Fue complicado reunir todas esas obras?

-Fue muy prolífico y su obra está repartida por infinidad de colecciones, muchas pequeñas. Fue muy complicado e incluso llegamos al desánimo, porque no aparecía lo que queríamos. Había obras que conocíamos, que estaban catalogadas, pero que no encontrábamos. Fue una labor detectivesca, preguntando quién tenía esto y lo otro entre galeristas y coleccionistas de aquí y de Madrid. Y tirando del hilo fue saliendo. Pero es que le preguntábamos a él y nos decía que cómo se iba a acordar, si son miles de cuadros. Pero al final la búsqueda fue muy fructífera y, sobre todo, conseguimos que todos los palos quedasen representados.

-Hay quien ya reclama un museo Abelenda...

-Antes de tener un museo Abelenda debería ser reconocida su figura a nivel nacional. Hay una carta personal fechada en 1995 de Madrigal, un ilustrador con el que coincidió en La Codorniz, que encontramos entre sus cosas, y dice: «En esa anarquía bohemia tuya, auténtica, está tu gloria y también tu cruz, porque en estas calendas deberías ser un pintor reconocidísimo y cotizadísimo, a poco que hubieras empleado el codazo y el autobombo y no hubieras sido tan autodestructivo». Esto es algo que siempre hemos sentido y que ahora vemos que no éramos los únicos. Indudablemente todo tiene mucho que ver con su carácter, que a menudo jugó en contra del reconocimiento de su obra, y sus relaciones con los sectores de venta del mercado del arte.