Aquel Orzán que pudo haber sido y no fue

Javier Becerra
Javier Becerra CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

javier becerra

15 mar 2019 . Actualizado a las 10:57 h.

Fue quizá, junto al Papagayo, la primera demostración en A Coruña de que aquello que Jose Luis Rodríguez Zapatero había llamado «desaceleración económica» era, en realidad, una crisis tan grande como una catedral. Me refiero a la zona de la calle Orzán, un lugar históricamente deprimido y sórdido que parecía haber visto la luz en la década pasada. En el 2010 la fotografía era la de un fracaso, en donde se habían ahogado muchos sueños y mucho dinero, público y privado. Años antes, la de un lugar abonado a la esperanza.

Recordemos cómo eran las cosas allá por el 2005. La economía marchaba viento en popa (o eso creíamos). Las multinacionales arrasaban las zonas nobles del centro, pagando alquileres que superaban la caja de un comerciante coruñés de toda la vida. Y, claro, la burbuja inmobiliaria se inflaba e inflaba. Entonces, entre quienes buscaban alquileres baratos para desarrollar sus negocios o vivir sin irse del meollo urbano, apareció el Orzán. Las otrora calles oscuras de heroína y prostitución empezaron a acoger un nuevo público. Era gente joven. Se instalaban en terceros sin ascensor y reformaban los bajos para abrir establecimientos de corte alternativo. Iban ocupando los huecos libres de un puzle donde aún quedaban locales tradicionales y vecinos de siempre. Todo resultaba estupendo.

Viajábamos entonces. Veíamos mundo. Nos sentíamos modernos hablando de los barrios de Londres, Tokio, Barcelona o Nueva York como quien habla de Cuatro Caminos. Deseábamos que algo de eso se desplazase aquí. En el Orzán empezó a florecer algo parecido, a la coruñesa. Tiendas de zapatillas molonas. Tiendas de ropa estilo indie. Tiendas de viejos discos de vinilo. Y, como ocurría en los lugares citados, sumándole el concepto de «experiencia» a la compra. Podías ir a adquirir una sudadera de una marca japonesa y terminar tomándote una copa de champán con la dependienta, mientras sonaba MGTM. La cosa creció y derivó en el llamado Soho del Orzán. Aquello parecía imparable.

Pero paró. Pese a que el Ayuntamiento actuó en la zona, peatonalizado calles y haciendo la llamada «acupuntura urbana» en plazas, todo aquello se desvaneció. Quedó como ese polígono industrial con las calles trazadas pero sin empresas en las parcelas. La crisis barrió con todo. Solo después, gracias al empuje hostelero de arquitectos parados reconvertidos a camareros, empezó a repuntar. Ahora, pasando por allí, y viendo la condensación en los cristales de la casa de comidas Ámsterdam o el revoltijo de retales Oliva, observando cómo se resolvió la plaza del Africano dañada por el vandalismo o la botellonera Vista, uno piensa en lo que pudo haber sido y no fue. Mientras, las redes impiden que caigan cascotes y los edificios grafiteados se apuntalan para no caer.