«Somos moitas as familias que vivimos grazas a estas illas»

Mila Méndez Otero
m. méndez A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

ANGEL MANSO

Naturalistas y marineros coinciden a la hora de defender la conservación del enclave insular

28 ene 2019 . Actualizado a las 10:24 h.

Es la gente del mar la que más sabe de los tesoros que emergen de las aguas que bañan las rocas de San Pedro. Los marineros trabajan en su banco pesquero desde hace siglos. En O Portiño hubo una fábrica de salazón de sardinas y en la isla de Vendaval todavía quedan en pie los muros de una secular cetárea. Más reciente fue el aprovechamiento de los crustáceos. Los percebeiros (furtivos incluidos) peinan las piedras del archipiélago. «Seremos unhas 50 as familias que vivimos destas illas», cuenta Xulio Montero. Es miembro de la Agrupación de Percebeiros de A Coruña.

Los barcos del cerco desfilan todas las mañanas por el mar bravo que rodea isla de O Pé o Aguión. «Este foi un criadoiro de ourizos incrible. Hoxe aquí pódense pescar polbos, xurelos ou sardiñas», enumera Montero. El percebeiro lleva años implicado en la conservación natural del entorno. Es para él una forma de vida pero, además, las raíz cultural de la que bebe. «Ter un tesouro así dentro dunha cidade penso que é algo fóra do normal», asegura. 

Reducto salvaje

Su gremio suele chocar en muchas ocasiones con el de los naturalistas. Sin embargo, en esta ocasión, hay un cierto consenso. «Ogallá a Xunta se decidira a facer unha zona protexida como a de Lira», reconoce Montero. «Igual é tirar pedras contra o meu tellado, pero se non corremos o risco de perder definitivamente este espazo. Houbo un momento, hai non tanto, no que as illas estiveron tomadas por unha praga de ratas. Hai que mirar por elas», razona el percebeiro Xulio Montero. «Durante anos vivimos sin saber disto e de costas a isto», lanza contundente.

No es una novedad para ellos denunciar cómo los furtivos esquilman el crustáceo de los cons. La extracción abusiva será uno de los puntos a revisar con el ENIL. En bajamar, cuando hay mareas vivas, es posible el acceso por tierra a las ínsulas desde el canal de un kilómetro de longitud que las separa del continente. Revisar estas incursiones por tierra es otro de los puntos incluidos por el plan. Sobre todo, durante épocas de reproducción de las principales vecinas de las ínsulas: las aves.

islas san pedro
Antonio Sandoval

Medidas de protección

Mejorar la señalización, instalar una iluminación ecológica y respetuosa con la fauna y dotar a la zona de O Portiño de un observatorio ornitológico están entre las promesas del plan de conservación municipal. Además de los reptiles que se deslizan por las piedras y de los delfines mulares que saltan por las aguas atlánticas que bañan el archipiélago, aquí anidan más de 300 aves como el cormorán (tanto el grande como el moñudo), la gaviota patiamarilla (que tiene aquí una zona de cría natural), el ostrero, el andarríos, la lavandera boyera, el paíño europeo o el vuelvepiedras. También hay estorninos, colirrojos o bisbitas. Algunas de ellas aves migratorias que recorren cada año miles de kilómetros para anidar en A Coruña.

El ornitólogo Antonio Sandoval lleva tiempo siguiéndoles el rastro. «Tenemos una diversidad de especies muy llamativa y que cuidar. Algunas comunidades son muy sensibles durante su fase reproductiva. También se localizan ejemplares de flora endémica del noroeste peninsular», resume el especialista. Con su cámara retrata los pájaros, de los que lleva un censo.

«A estas islas le pasó lo que a tantos espacios naturales como los humedales o los cabos. No se las tuvo en cuenta. Poco a poco, somos conscientes del error cometido. Tenemos que recuperar estos enclaves y ponerlos en el lugar que merecen», defiende Sandoval. ¿Se pueden definir como las Cíes de A Coruña? «Podríamos, pero son muy distintas -responde-. Prefiero referirme a ellas como lo que son, nuestras islas de San Pedro». Para él, representan «muchos valores de nuestra relación con el mar de los que se puede aprender. Visibilizan la necesidad de un aprovechamiento sostenible de los recursos marineros, de cómo se puede explotar lo que crece en las rocas y en el océano». La actividad marinera y la protección de la biodiversidad son compatibles para el naturalista.

El archipiélago espera al despertar de su letargo. «Tiene un gran interés para la educación medioambiental», subraya el ornitólogo. Aquí se puede disfrutar in situ de la vida. De la fauna y la flora, pero también de la historia milenaria de sus suelos.

La riqueza cultural desborda con cientos de topónimos

Nombraron cada esquina, roca y canal de agua. En este rico léxico descansa otro de los motivos para conservar este conjunto de islas e islotes. «Todas as pedras teñen nome, as que se ven e as que están no fondo», destaca el percebeiro Xulio Montero.

Lleva tiempo implicado en recuperar estos topónimos que se borran con la memoria de los viejos marineros. Ellos fueron quienes los crearon y transmitieron de generación en generación dentro del gremio.

Montero participó en el proyecto liderado por la Agrupación Alexandre Bóveda. El objetivo de la misión lingüística en la que estuvieron vecinos como Xurxo Souto fue la de salvar este diccionario de usos náuticos de la ciudad. «Hay centos de nomes que nin eu coñecía. Sendo de San Amaro, onde nacín, había recunchos de aquí dos que non sabía. É cando te botas a auga cando comprendes a súa utilidade. O porque do nome dun con ou dun cabo. Os mariñeiros de antes queríannos dicir algo cando os nomeaban», admite Montero.

Los nombres siempre tienen un motivo. En estas razones se sostiene su aportación cultural. Cuentan lo que éramos y nadie recuerda. «Están a pedra das Catro Cachas, a poza das Rubias, Cornadilla, o Cagadoiro dos Corvos, Costa Brava, o Gato Fero ou os illotes das Fernandas e os Fernandiños», enumera Montero. A la isla de Vendaval también se la conoce como la de la Cetárea. No en vano, ahí hubo una. Se cree que su construcción data del siglo XIX. El nombre de la ermita del Coral, de la que no quedan restos, es todavía un misterio. «A roca do Maragoteiro debe o seu nome ás abundantes maragotas que había alí», desvela Montero.